El torneo de esgrima que Pablo Casado y Albert Rivera venían sosteniendo desde el inicio de la campaña por conquistar el título de líder de la derecha y, a la vez, situarse como aliados capaces de sumar frente a Pedro Sánchez ha terminado. A cuatro días de las elecciones generales, los presidentes de PP y Ciudadanos dejan las acrobacias floridas de marcaje y se enzarzan en una guerra sin cuartel de consecuencias inciertas. Rivera, hundido en las encuestas, ha decidido sacudir el tablero con ataques a Casado en el debate de Atresmedia y su fichaje por sorpresa del que fuera sucesor de Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido.

Su ofensiva parece confirmar que los liberales tienen la mirada más puesta en su marcador del domingo que en una suma virtuosa postelectoral con los conservadores, busca alimentar la sensación de descomposición del nuevo PP, puede dar oxígeno a Vox y deja al centro electoral más despejado para el PSOE. Los socialistas, que estaban volcados en arañar votantes moderados en la recta final, se ven obligados a su vez a controlar que no se reabran fugas por la izquierda tras la aplaudida intervención de Pablo Iglesias en los debates. Si el golpe de efecto de Rivera logra mover los resultados del 28-A o si la bronca política aumenta la desconexión de unos electores hastiados del show está por ver.

En rigor, el tránsito de un perfil gris como el de Garrido del PP a Cs erosiona más a los populares de lo que suma a los naranjas. Rivera no se lleva a ninguna estrella en auge, no convence a un cuadro brillante, pero logra descolocar a Casado y proyectar cierta sensación de que el partido histórico de la derecha se desmorona.

Heridas abiertas / Rivera ha aprovechado en su favor los dos flancos abiertos de su adversario (los votantes dirán si con la audacia de los triunfadores o el nerviosismo de los derrotados). Uno: la puerilidad de un Casado que planteó el debate desde la moderación para huir de su imagen hiperbólica. Y dos. Las heridas abiertas en el viejo PP por la remodelación que ha impuesto su nuevo líder.

Garrido, que el lunes firmó en la sede de Génova su disposición a ser el número 4 de los populares en las elecciones europeas anunció ayer su fichaje como 13 de Cs en la Comunidad de Madrid. Lo hizo sin avisar a nadie en el PP, anulando a última hora un acto de campaña del que se excusó por enfermedad, y no ocultó su rencor. «En el PP no verán nada extraño. Es el procedimiento habitual», explicó al recordar que él mismo conoció que no iba a ser el próximo candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid «cuando se estaba comunicando la noticia» de que sería Isabel Díaz Ayuso, próxima a Casado y sin experiencia alguna en gestión.

La sensación de humillación por el trato recibido y la buena sintonía con el líder regional de Cs, Ignacio Aguado, fueron los mimbres del golpe de efecto de Rivera, que deja estupefacta a la dirección del PP. «Si dividimos las fuerzas quien gana es Pedro Sánchez», reprochó el secretario general del PP, Teodoro García Egea.

La guerra de las derechas en la recta final de la campaña deja al centro más asequible para Sánchez, que puede amarrar al nicho de electores moderados que necesita para gobernar sin coaliciones y hacer que el PSOE vuelva a ser un partido hegemónico capaz de liderar el nuevo ciclo político que se abre tras el 28-A. El candidato socialista ya expresó en los debates que su intención es obtener una mayoría amplia para conformar un Ejecutivo con progresistas e independientes, pero sin los corsés de una coalición.

La bronca en la derecha y el fichaje de Garrido dejan a un electorado centrista desamparado. La duda estriba en si el PSOE será capaz de seducir a ese nicho o se quedarán en el refugio del desencanto: la abstención.