Si como tantos anunciaban se trataba de una segunda vuelta, el resultado del 26-M ha sido claro. La izquierda ha vuelto a ganar y el PSOE he mejorado su éxito de las generales. La derecha vuelve a perder, aunque apuntalando la prelación que pareció tambalearse en abril. Las noticias sobre la muerte del Partido Popular como líder de la oposición habrían resultado un tanto exageradas.

Los socialistas han consolidado y ampliado sus resultados de abril, extendiendo su poder territorial en cantidad y calidad con la sonora excepción de Madrid. Pedro Sánchez ha sumado puntos y legitimidad a su opción preferente por gobernar en solitario y ya lo dejó claro en su comparecencia. Con la excepción de José María González ‘Kichi’ en Cádiz, los malos resultados de Podemos, fruto de sus divisiones internas y la concentración del voto útil en los socialistas, le dejan en una posición de mayor debilidad para seguir demandando su entrada en el ejecutivo central.

El PP resiste al final de la noche mejor de cuanto le anunciaban los sondeos al principio. Una vez más se demuestra la importancia de los partidos y su implantación territorial, esas organizaciones viejas y antiguas de las que tantos echan pestes pero que resultan ser lo único que aguanta cuando arrecia la tormenta. La maquinaria del partido ha mantenido a Pablo Casado y ha recuperado la frontera del veinte por cien del voto, Viajar al centro, compensa; Mariano Rajoy tenía razón. Ahí acaban las buenas noticias. Ahora empieza lo peor. Si quiere recuperar o mantener el poder en lugares como Madrid va a tener que aceptar los votos de Vox y si hay algo seguro es que no se puede viajar al centro y a la derecha extrema a la vez sin pagarlo caro.

Segundo de la derecha

Albert Rivera ha sido el gran derrotado de la noche. Tenía que sorpasar al PP o arrancarle alguna victoria simbólica. Ni una cosa ni otra. Ciudadanos vuelve a quedar segundo en la derecha, pero a más distancia de un PP que se le vuelve a escapar con claridad. Nadie se acuerda de quien acaba segundo, menos aún cuando queda dos veces. Su estratega de convertirse en la «drama queen» residente del constitucionalismo ha recibido un revolcón tan sonoro como aquel que cosechó Pablo Casado en su intento por disputarle la misma plaza en la Generales.

Igual que el inflado mediático durante la campaña de abril y el interés de todos los demás por hablar de ellos empujó a Vox a lo alto de todas las encuestas y expectativas, el desinflado mediático y la indiferencia por parte de sus rivales que han sufrido durante la campaña de mayo les ha levado a lo más alto de la más perfecta decepción. Su único consuelo es que a Populares y naranjas no les queda más remedio que aceptar sus votos para gobernar en no pocas plazas. Todo lo contrario de lo acontecido con los nacionalistas en Euskadi y Cataluña, que repiten sus notables victorias y vuelven a confirmar algo que ya deberíamos haber aprendido: que no se puede gobernar eso que llamamos España sin contar con ellos.