El populismo ultranacionalista y euroescéptico sigue creciendo en el este del continente. Así lo confirmaron las elecciones europeas, que suponen un nuevo espaldarazo para los partidos gobernantes en Hungría y Polonia, líderes del llamado Grupo de Visegrado y principal foco de preocupación interno para el resto de socios de la Unión Europea.

Ninguna voz es tan estridente contra Bruselas como la del incombustible primer ministro húngaro Viktor Orbán. Su enésimo pulso a la UE le ha salido bien en casa y su partido, Fidesz, volvió a lograr una abrumadora victoria en estas elecciones, con el 56% de los votos. Su incendiaria campaña ultranacionalista, islamófoba y con toques antisemitas ha catapultado a un Orbán que se sirve de la caída del aún más radical Jobbik, un partido que ha flirteado con el neofascismo y que en estos comicios ha pasado del 15% obtenido en el 2014 a un 9%. La alianza entre socialdemócratas y verdes (MSZP) cae hasta un 10% de los votos mientras que el nuevo movimiento liberal y proeuropeísta consigue un 7%.

En Polonia, la victoria del Gobierno fue más ajustada. Envuelto en una deriva reaccionaria, el partido ultranacionalista, conservador y euroescéptico Ley y Justicia (PiS) ha conseguido mejorar sus resultados y crecer hasta un 42,4% de los votos. La alianza europeísta y centrista Coalición Europea se ha quedado con un 39,1%. Y los ultras Konfederacja ha caído al 6,1%.