La alianza entre Alemania y Francia es tan incuestionable como el constante desequilibrio en el que vive instalado el llamado eje franco-alemán. A falta de menos de una semana para que se celebren las elecciones europeas, el presidente francés, Emmanuel Macron, y la cancillera alemana, Angela Merkel, han escenificado sus diferencias en una relación menos dulce de lo que parece.

Merkel y Macron compiten por distintas familias políticas europeas. Mientras que la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la cancillera pertenece al conservador Partido Popular Europeo, La República En Marcha (LREM) del presidente se incluye en el grupo liberal (ALDE). Conscientes de su rivalidad en Bruselas, ambos pueden haber optado por una ligera crítica mutua sobre sus «diferencias de mentalidad» con los ojos puestos en las elecciones.

No obstante, tras dos años de promesas y discursos grandilocuentes sobre la importancia de impulsar su ambicioso plan para reformar la Unión Europea (UE), París parece estar cada vez más frustrada con el inamovible nein de Berlín. Más allá de gestos simbólicos como el de Meseberg, donde propusieron la creación de un fondo europeo y un presupuesto para la Eurozona, la falta de acuerdo entre los socios y la rebaja de expectativas ha dejado paso a la decepción. Quizás por eso Macron ha decidido hacer más visibles sus reproches.

Y es que la presión es cada vez mayor en el Elíseo. A la protesta de los chalecos amarillos en las calles francesas se le ha sumado el auge en las encuestas de la ultraderechista Agrupación Nacional. Los últimos sondeos dan a la formación de Marine Le Pen un margen de 1,5 puntos sobre Macron, una victoria que le daría fuerza para atacar al presidente.

Por esa presión o por defenderse ante su fracaso con la cancillera, París ahonda en sus quejas contra su aliada. «Alemania se encuentra probablemente al final de un modelo de crecimiento que se ha beneficiado en gran medida del desequilibrio en la eurozona», criticó el pasado 25 de abril. En voz más baja, Macron ya había cargado con anterioridad contra la «inaceptable» desigualdad en la competitividad de la que se nutre la economía de exportación alemana.

Desde entonces, Macron se ha opuesto abiertamente a Merkel al cargar contra el controvertido gasoducto que conectará Alemania y Rusia (aunque luego cedió), votar contra una extensión larga del brexit, criticar la prohibición alemana de exportar armas a Arabia Saudí e impulsar una alianza climática en la que inicialmente Berlín no participaba. A pesar de intentar impulsar duras reformas en casa, el presidente ha señalado «el sufrimiento generado por las medidas de austeridad» marcadas por Alemania.

Macron llegó al Elíseo con la esperanza de arrastrar a Berlín hacia una reforma de las instituciones europeas. Sin embargo, el azúcar francés se ha diluido en el café alemán como ya pasó con todos sus predecesores. Más allá de la cancillera, las propuestas del francés tienen oposición en Berlín para rato.