Las elecciones generales del 28 de abril dejaron dos grandes ganadores en España y en Cataluña: el PSOE de Pedro Sánchez y la ERC de Oriol Junqueras. Los resultados parecían abrir una oportunidad para el diálogo después de mucho tiempo de enfrentamiento entre el Gobierno y la Generalitat. Pero el inédito veto de los independentistas a que Miquel Iceta se convierta en senador -para después presidir la Cámara alta- da cuenta de las dificultades de los partidos para pasar página.

Para Pedro Sánchez, el nombramiento de Iceta como presidente del Senado constituía una pista inequívoca de su voluntad de empezar a desenredar la madeja catalana. El perfil del líder del PSC, un profundo conocedor de las interioridades del procés y un federalista inequívoco partidario del entendimiento, le parecía al presidente del Gobierno ideal para recomponer puentes. Pero no ha conseguido convencer ni a Esquerra ni a Junts per Catalunya, que ayer ratificaron que votarán en contra.

Aunque las dos formaciones alegaron sobre todo cuestiones formales para vetar a Iceta, el hecho de que la jugada se haya desarrollado en plena campaña electoral tiene gran parte de culpa de su fracaso. Con las urnas a la vuelta de la esquina, y con varios de sus principales dirigentes encarcelados, tanto ERC como JxCat calculan que les perjudicaba permitir que un dirigente al que ayer relacionaron con la aplicación del artículo 155 en Cataluña se convirtiera en la cuarta autoridad del Estado.

Si no hay sorpresa de última hora, el no de ERC y JxCat a Iceta se sumará al de la CUP; en total, 65 diputados se opondrán al nombramiento. El líder del PSC solo tiene asegurado el apoyo de su partido y de los comuns, porque Ciutadans anunció que se abstendrá y el PP no desveló el sentido de su voto. Pero aunque los partidos del centro-derecha constitucionalista cambiaran de opinión y decidieran a última hora avalar a Iceta, eso no cambiaría gran cosa: se produciría un empate a 65, y, tras tres votaciones con ese resultado, la propuesta decaería.

Los socialistas echaron ayer el resto para intentar que el independentismo cambiara su decisión. Iceta calificó de «aberración democrática» la posibilidad de que se le vetase, y el PSC subrayó que el aval del Parlament es solo un trámite antes de que cada partido designe a quien crea conveniente. El PSC intentó también cambiar el sistema de votación. Pidieron hacerla con papeleta, de forma que los partidos solo tendrían la opción de votar a Iceta o en blanco, nunca en contra, y argumentaron que de esta manera se impediría «un resultado imposible, contrario al derecho que tiene el grupo parlamentario a disponer de un senador». Pero la mayoría de ERC y JxCat en la Mesa tumbó la propuesta.

El veto independentista cayó como una bomba en el Gobierno, que ha pasado de la estupefacción inicial al enojo. A pesar de que el propio Iceta había advertido a Sánchez de esa posibilidad, el presidente en funciones descartaba esa hipótesis. Era una lectura basada en parte en los recados que han dejado en Madrid destacados emisarios de ERC en los últimos meses: habían afirmado que a partir de ahora se abandonaba el espíritu radical y se pasaba al de colaboración.

BOFETADA / Sánchez no daba ayer la batalla por perdida. En vez de exhibir su enfado monumental, comparó el veto al líder del PSC con un rechazo a la concordia. «No están vetando a Miquel Iceta, están vetando la convivencia, el diálogo. Demuestran tener miedo a las soluciones», dijo en San Sebastián. El veto a Iceta pone en jaque la política del ibuprofeno que trata de desplegar el presidente a pesar del disgusto de algunos de sus barones y de las embestidas de la derecha.