El próximo miércoles comienza la Cuaresma. En la imposición de la ceniza escuchamos las palabras de Jesús: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). La conversión pide volver el corazón a Dios, dejarse encontrar por su amor misericordioso y vivir en adhesión a Dios, y así el amor al prójimo y a toda la creación. Lo recuerda el papa Francisco en su mensaje de este año: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios».

La Cuaresma nos prepara para celebrar la Pascua del Señor, su muerte por nuestros pecados y su resurrección para la Vida. En el bautismo comenzó para nosotros la aventura de vivir como hijos de Dios en el seguimiento de Jesús hasta ser conformes a él. La Cuaresma es un tiempo propicio para un nuevo encuentro con Dios y para recuperar o intensificar la nueva vida de la gracia que él nos infundió en nuestro bautismo hasta que ésta llegue a su plenitud. Ahora podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de la salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo.

El camino cuaresmal nos llama a restaurar nuestro corazón de cristianos mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual. La Iglesia nos invita durante este tiempo al ejercicio de la oración, del ayuno y de la limosna para liberar el corazón del peso de las cosas materiales y disponernos para amar a Dios, al prójimo y a la creación entera. Por el ayuno superamos el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor a Dios y al prójimo. Por la limosna hacemos frente a la tentación del tener, de la avidez de dinero, que relega el primado de Dios en la vida y nos cierra a los hermanos. Y por la escucha de la palabra de Dios en la oración, nos abre a Dios para acoger su voluntad en nuestra vida. Acojamos la misericordia de Dios.

*Obispo de Segorbe-Castellón