El Papa Francisco es consciente de que la situación de la familia en el momento actual es de una gran fragilidad. Si el pecado y sus efectos impregnan todas las realidades humanas, esto se vive especialmente en el ámbito de la vida familiar. Las rupturas, con todo el sufrimiento que conllevan, y una cierta cultura “que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de futuro”, o que “concede a muchos otros tantas oportunidades que también ellos se ven disuadidos de formar una familia” (nº 40), están creando nuevos hábitos de vida y transformando lo valores de nuestra sociedad. Junto a esto, otros hechos como las situaciones de penuria económica, una mentalidad que no valora positivamente la vida, la falta de trabajo, etc… constituyen un desafío para la Iglesia y para nuestra sociedad.

Ante tanta herida el Papa nos invita a no ceder a la tentación del fariseísmo que divide el mundo en buenos y malos y que lleva al juicio y a la condena de aquellos que no viven en una situación considerada como “regular”. Todos hemos de reconocer con humildad que incluso en las familias “normales” pueden existir problemas, y ser conscientes de que si no los hay pueden aparecer.

Esto implica una mirada de amor hacia quienes viven estas situaciones; aceptar que incluso así se pueden encontrar valores positivos; no afirmar nunca que son “pecadores” ; buscar caminos para que su corazón se alimente de la Palabra de Dios.

La esperanza en la misericordia de Dios nos lleva a no condenar a ninguna persona, porque nadie puede estar seguro de su estado de gracia; a no perder la confianza en que Dios encontrará caminos de salvación; y a mostrarnos comprensivos con todas las debilidades humanas (Veritatis Splendor, 104), de las cuales ninguno tenemos la seguridad de liberarnos, sin que ello implique considerarlas como algo positivo.

*Obispo de Tortosa