Este domingo comenzamos el tiempo del Adviento y, a la vez, el año litúrgico a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo, desde su encarnación, natividad, pasión, muerte y resurrección hasta su retorno glorioso. En días determinados, veneraremos con especial devoción a la Virgen María, la Madre de Dios y Madre nuestra, y recordaremos a los santos, que vivieron para Cristo y con él han sido glorificados.

Desde el inicio del cristianismo, el domingo es el día del Señor. Es el día de la resurrección del Señor, la Pascua semanal. El primer día de la semana al salir el sol, el Señor resucitado se apareció a María Magdalena. El mismo día se apareció a los dos discípulos de Emaús. El domingo es una tradición apostólica (SC 106). Desde entonces hasta hoy, los cristianos celebramos con gozo el domingo por ser el día en que Jesús resucitó de entre los muertos.

El domingo es, sobre todo, el día de la Eucaristía. Los cristianos se reunían y nos reunimos en el día del Señor para celebrar la Eucaristía. Como nos ha dicho el papa Francisco, los «cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por él, escuchar su palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su cuerpo místico viviente en el mundo».

El domingo es la fiesta primordial de los cristianos, un día de alegría y liberación, día del descanso, de la caridad y de la familia. Pero es, sobre todo, el día del encuentro con el Señor en la Eucaristía, que nos congrega, instruye, alimenta y envía a la comunidad cristiana a la misión. No perdamos el tesoro del domingo. La cultura del fin de semana va desplazando el sentido del domingo, también entre los cristianos. Merece la pena que todos --en especial, sacerdotes, padres, catequistas-- nos preguntemos qué hacer para recuperar los valores del domingo cristiano entre los católicos.

*Obispo de Segorbe-Castellón