En mi última carta decía que los actos de piedad o religiosidad popular cristiana son también espacios válidos para el encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Y uno de estos actos es el rezo de santo Rosario. No cabe la menor duda que el rezo sosegado y devoto del Rosario, hecho en compañía y a ejemplo de María, nos lleva a contemplar el rostro de Cristo, y así a conocerle, a amarle y a seguirle.

El Rosario es una oración sencilla y profunda a la vez. Rezado con atención, fe y devoción nos conduce a la contemplación del rostro de Cristo, nos lleva al encuentro con su persona, con sus palabras y con sus obras de salvación a través de los misterios de gozo y de luz, de dolor y de gloria. Desde la contemplación de los misterios del Rosario llegamos a la persona misma de Jesucristo. Su rezo se encuadra en el camino espiritual de nuestra Iglesia diocesana, llamada a ser una comunidad evangelizada y evangelizadora con la mirada, la mente y el corazón puestos en el Señor Jesús. Si nuestras parroquias quieren ser presencia viva de Jesús y de su Evangelio en el pueblo o en el barrio, hemos de volver nuestra mirada a Jesús, reencontrarnos con Él, contemplar su rostro, para así conocer, amar, seguir y anunciar a Cristo y el Evangelio.

El Rosario es fuente de gracias abundantes. Su rezo sosegado, tranquilo y devoto nos abre y dispone a la gracia de Dios. Es fuente de comunión con Dios mediante la comunión vital con Cristo en la contemplación de los misterios. Y es fuente de comunión con los hermanos en Cristo, al ofrecer su rezo por alguna necesidad propia o ajena, de personas cercanas o desconocidas, de las familias, de la sociedad, de la humanidad o de la Iglesia. Recemos el Rosario en privado o en grupo. Y hagámoslo con atención de mente, contemplando lo que rezamos. Evitemos su rezo mecánico y distraído. H

*Obispo de Segorbe-Castellón