Con la imposición de la ceniza iniciamos el próximo miércoles la Cuaresma. Es éste un tiempo de gracia y de salvación. «Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación» (2 Cor 6,2). Dios nos concede un tiempo propicio para prepararnos a la celebración gozosa de la Pascua del Señor. El misterio de la muerte y resurrección de Jesús es el fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. La Pascua no es un acontecimiento del pasado sino que permanece actual por la fuerza del Espíritu Santo.

La Cuaresma nos ofrece a los bautizados la oportunidad de renovar nuestro bautismo, por el que fuimos insertados en el misterio pascual. Este tiempo nos llama a renovar nuestra fe y vida cristiana, a avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos por la oración, el ayuno y las obras de caridad y a fortalecer nuestra fidelidad a Jesús y al Evangelio. La Palabra de Dios nos exhorta a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, es decir convertida a Dios y reconciliada con Él y con los hermanos. «Convertíos a mí de todo corazón» (Joel 2, 12). Convertirse es volver el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para ello hemos de escuchar de nuevo y acoger con fe la Buena Noticia de la muerte y resurrección del Señor. Dios nos ama a cada uno y nos ha mostrado su amor personal e inmenso en la muerte y resurrección de Jesucristo, que se entregó hasta la muerte por amor a cada uno de nosotros. Él está vivo y nos ofrece su salvación, su vida y su amistad. Él nos indica el camino para alcanzar nuestra plenitud y nuestra salvación.

Dios nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y no cesa de salir a nuestro encuentro. Ya en lo más íntimo de cada persona, en nuestra conciencia, resuena su voz. Dios nos habla e invita a escuchar su Palabra y adherirnos a ella, para dejarnos guiar por Él como llevados de la mano. Nos podemos fiar de Dios al igual que un niño se abandona en los brazos de su madre y se deja llevar por ella.

Puede que nos resistamos a Dios y nos cerremos a su amor. El apóstol Pablo nos dice: «En nombre de Cristo os pido que os reconciliéis con Dios» (2 Cor 5,20). Contemplemos de nuevo el Misterio pascual; por él nos llega la misericordia de Dios. El Señor sigue con los brazos abiertos en la cruz y nos ofrece su perdón.

*Obispo de Segorbe-Castellón