La Cumbre de las Naciones Unidas para la Acción Climática, celebrada en Nueva York, y el Sínodo de los Obispos dedicado a la Amazonia, han puesto en el primer plano de la actualidad el deterioro del medio ambiente y la urgente necesidad de su cuidado. Es innegable que existe una crisis ecológica.

Ante el palpable deterioro del medio ambiente es necesario volver nuestra mirada a Dios. Desde la tierra, a los árboles y los animales que pueblan la casa común, todo es hermoso a los ojos del Creador. Dios mismo ofrece al hombre la creación como un precioso regalo para custodiar. El universo entero es un don de Dios, fruto de su amor, en cuya cima ha situado al hombre y a la mujer cuidarla como administradores de Dios mismo (cf. Gn 1,28). Por desgracia, la respuesta humana a ese regalo de Dios ha estado marcada por el pecado y por la codicia de poseer y explotar. Egoísmos e intereses han hecho de la creación un lugar de rivalidad y enfrentamiento. Hemos creado una emergencia climática que amenaza seriamente la naturaleza y la vida, incluida la humana.

Es la hora de redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros y custodios de la creación. Somos las criaturas predilectas de Dios, quien en su bondad nos llama a amar la vida y vivirla en comunión, conectados con la creación. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad. Entre todos hemos de cuidar la creación entera y cultivar una ecología integral global, que abarca la protección del ambiente y también de la vida humana. Es urgente promover una nueva solidaridad universal e intergeneracional inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Esto pide un profundo cambio de nuestras actitudes, conductas y modelos de consumo y propiciar un estilo de vida austero y sobrio, respetuoso con la creación y solidario con todos.

*Obispo de Segorbe-Castellón