El próximo Domingo celebramos la fiesta del Corpus Christi. Su centro es la Eucaristía, en la que Jesús nos ha dejado el memorial de su entrega total en la Cruz por amor a toda la humanidad; en la Eucaristía, él mismo se ha quedado para siempre entre nosotros, para dársenos en comida y para que, postrados en adoración, contemplemos y acojamos su amor llevado hasta el extremo y alimentemos nuestro amor fraterno.

Jesús, ascendido al cielo, sigue en medio de nosotros en la Eucaristía. El evangelio del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, que la prefigura, ilustra muy bien el deseo de Jesús de estar cerca de los hombres y de sus necesidades.

El día del Corpus salimos en procesión por nuestras calles acompañando a Jesús Sacramentado. Con ello manifestamos nuestra fe en que Jesús está presente, camina con nosotros en nuestra vida diaria; y así mostramos también nuestra adhesión al deseo de Jesús de acercarse a todos para que la vida que él nos da entre en nuestros hogares y transforme nuestra relación con los demás. La celebración y la adoración de la Eucaristía y las obras de caridad están íntimamente conectadas; la una lleva a la otra. Ante la Eucaristía hemos de recordar esas palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer». Aunque podamos aportar poco, Jesús siempre puede acrecentar nuestra generosidad, nuestra entrega, nuestro amor.

Por ello, el día del Corpus celebramos el Día de la Caridad: para que el amor de Cristo Jesús llegue a través de nosotros a todos, en especial a los excluidos de nuestra sociedad y del mundo entero, para que todos formen parte de la nueva fraternidad creada por Jesús. Quien en la comunión comparte el amor de Cristo es enviado a ser su testigo compartiendo su pan, su dinero y su vida con el que está a su lado: con el que está necesitado no solo de pan sino también de Dios y de su amor.

*Obispo de Segorbe-Castellón