Cargada con las bolsas de la compra y unas copas de más, espera en la entrada de la urbanización a que algún vecino quiera llevarla hasta su casa, una bonita torre en una zona residencial. Tiene unos 60 años... En la cocina de su casa, una mujer oculta la botella de vino que acaba de vaciar antes de que llegue su pareja. Él preguntará, pero ella asegurará que solo se ha tomado una copa con la comida... Tiene 40 años, dos hijos, pareja, un buen empleo y una vida trufada de instantes en los que necesita un trago. Porque está cansada. Porque está contenta. Porque llueve. Porque no recuerda el motivo para beber.

Las mujeres metabolizan peor el alcohol que los hombres. Aún bebiendo la misma cantidad, ellas presentan un mayor grado de alcohol en sangre que ellos. Un ensayo publicado por la revista Medicina Clínica (2011), realizado por dos hospitales españoles, confirmaba que el abuso de alcohol causa en las mujeres más complicaciones nutricionales y metabólicas. Ellas también son más propensas a desarrollar miocardiopatía alcohólica, sufren más depresiones y presentan una pérdida neuronal superior.

A pesar del mayor daño que causa el alcohol en las mujeres, aún pesa sobre su adicción un silencio social que lo relega a la soledad del hogar, a la esfera de los secretos vergonzantes. Una mano agarrada a un vaso de whisky sigue siendo una imagen prevalentemente masculina. Multiplicada por infinidad de escenas cinéfilas y literarias. Solo algunas relevantes excepciones se han asomado al alcoholismo femenino. “El mundo me parece tan sucio cuando no estoy bebida”, exclama la protagonista de Días de vino y rosas (1962).

La escritora y cineasta Marguerite Duras escribió en La vida material (1987): “Cuando una mujer bebe, es como si un animal o un niño estuviera bebiendo. El alcoholismo es escandaloso en una mujer, y una mujer alcohólica es rara, es un asunto serio. Es un insulto a lo divino en nuestra naturaleza”. Recordando sus veranos en Neauphle, reflexionaba: “El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano”.

Según Josep Guardia Serecigni, consultor sénior en psiquiatría, el alcoholismo es probablemente el trastorno mental que sufre una mayor discriminación y estigma. Tal vez debido a la dificultad para comprender que el alcohol puede actuar como una droga, capaz de producir una adicción, la cual conlleva dificultades para controlar su consumo. Dicho estigma puede ser incluso mayor en función del género, la edad y la clase social; particularmente cuando no se comprende bien que el alcoholismo es una enfermedad”.

El estigma se recrudece en el caso de las mujeres, haciéndolas especialmente vulnerables. “La mujer que padece adicción al alcohol procura disimularlo, encubrirlo, negarlo y si pide ayuda es por otros motivos que le preocupan, de manera que suele consultar al médico de atención primaria por problemas médicos o por depresión, ansiedad o insomnio”, indica Guardia Serecigni.

En España, casi un 15% de mujeres consumen en exceso alcohol. Su patrón de consumo se considera de alto riesgo. Pero la mayoría de las que sufren alcoholismo nunca han solicitado atención especializada. Una simple consulta al médico de atención primaria bastaría para ser derivada a una unidad específica de tratamiento. Allí, como apunta Guardia Serecigni, existen tratamientos eficaces para el alcoholismo, tanto con medicamentos como de tipo psicosocial. Pero la vergüenza, la culpabilidad, la marginalidad o el desconocimiento siguen encerrando el problema tras las persianas del hogar.

Matarse de hambre, cóctel en mano fue el título del artículo de The New York Times que en el 2008 advirtió de un nuevo trastorno alimenticio: la drunkorexia, también llamado ebriorexia. Una inquietante mezcla de atracones, ayunos y abuso del alcohol. La patología suele darse en mujeres jóvenes, especialmente universitarias. Un peligroso cómputo de calorías lleva a dejar de comer para compensar las calorías ingeridas en las bebidas alcohólicas. El fenómeno es una triste suma de presiones sociales: la delgadez y la bebida como modo de relación. El daño de una actitud tan extrema a edades tan jóvenes puede ser irreversible para la salud.La drunkorexia es otra manifestación de una lacra que aún no cuenta ni con la visibilidad ni la atención social suficiente para abordarlo como un problema de salud. No hay rebeldía ni refugio en una vida alcoholizada. H

*Periodista