Los tres últimos meses de la vida política española han venido marcados por dos hechos indisociables: la formación de gobierno y la sucesión de escándalos en el Partido Popular con nombres propios como el de Rita Barberá. Pero la última semana ha resultado demoledora: la detención del alcalde de Granada investigado por delitos de corrupción urbanística, la sanción a Aznar por defraudar a Hacienda, las mentiras contumaces del exministro Soria y sus reprobables prácticas de evasión fiscal, etc.

¿Alguien se atreve aún a defender una gran coalición de gobierno PP-PSOE? Es verdad que en Europa este escenario no es extraño. Pero en España es y será imposible en tanto en la mente de los españoles quede el más mínimo resquicio de esta desoladora imagen de corrupción y degradación política a la que nos ha abocado el PP durante los últimos años mientras arrumbaba, sin piedad, el umbral de dignidad de millones de españoles. La recomposición de la derecha española y su homologación con los estándares europeos pasa ineludiblemente por su pase a la oposición.

Pero las encuestas siguen colocando al PP como el primer partido político. Casi un 30% de los votantes españoles parecen seguir confiando en un partido que simboliza hoy el ejemplo palmario de desprecio a las reglas básicas de comportamiento político decente, honesto, coherente y responsable. ¿Qué lectura merece esta aparente amnesia de buena parte de la sociedad española? Los valencianos sabemos bien cuan dolorosa resulta esta pregunta.

Durante muchos años hemos tenido que soportar el vergonzante interrogatorio del resto de España sobre cómo era posible que el PP revalidara e incrementara sucesivas victorias electorales cuando ya existía la evidencia y la convicción de que el veneno de la corrupción había emponzoñado al PP valenciano ejemplificado en Fabra, Camps, Blasco, Gurtel, etc. Ahora esta pregunta se extiende al conjunto del país y obliga a realizar una valoración colectiva sobre la supuesta degradación moral del conjunto de la ciudadanía y de las causas de la fortaleza electoral de un PP hundido en una ciénaga de podredumbre y corrupción.

No creo en la indiferencia ética de los ciudadanos que aún votan o simpatizan con el PP en España, como no me cabía en la cabeza que más de la mitad de los votantes valencianos fueran indiferentes durante lustros a la depravación política y al caciquismo nepotista. El problema es de otro orden.

La política es un instrumento de los ciudadanos para la gestión de asuntos públicos cada vez más determinantes en su vida cotidiana. Los ciudadanos quieren gobiernos estables y seguros y solo cuando se les ofrece una alternativa fiable y responsable abandonan a partidos políticos moribundos y agonizantes --que, a pesar de todo, aún simbolizaban esos valores-- para abrazar alternativas políticas de cambio y transformación de la realidad anterior.

En otras palabras, la potencialidad electoral del PP hoy se sustenta inevitablemente en la incapacidad de algunas de las fuerzas del cambio político para ofrecer a la ciudadanía una alternativa fiable y segura. El PSOE tiene una acrisolada hoja de servicios al país que no necesita poner en valor su responsabilidad y rigor. Sin embargo, para buena parte de la ciudadanía, Ciudadanos y Podemos constituyen aún una incógnita como partidos de gobierno. Y el tortuoso camino recorrido durante los últimos meses para la formación de Gobierno ha contribuido y aumentado este interrogante a fuerza de exhibir vetos, líneas rojas y tacticismos.

A un Gobierno liderado por el PP (minoritario o coaligado) solo cabe oponer la fiabilidad y seguridad de un Gobierno transversal de cambio con un amplio soporte parlamentario, de composición plural y acuerdo programático básico. Este objetivo exige renuncias, transacciones, compromisos y lealtad entre los tres partidos llamados a posibilitarlo: PSOE, Podemos y Ciudadanos. Si no se alcanza, el PP, aún maloliente y noqueado, seguirá siendo el refugio seguro de millones de españoles espantados, sin duda, por la corrupción y la mala política. Y las fuerzas políticas del cambio que no puedan explicar por qué no hicieron lo posible para impedirlo, lo pagarán en las urnas. H

*Diputado PSPV-PSOE en el Congreso