El papa Francisco nos pide vivir el Jubileo de la Misericordia a la luz de la palabra del Señor, que nos dice: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso” (Lc 6,36). Jesús nos propone aquí un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría, de paz y de felicidad plena: es la llave para entrar en el Reino de los cielos.

El ejercicio de la misericordia no es innato; necesita educación. Si la educación ha de ser integral para colaborar al crecimiento y desarrollo de toda la persona, si debe encaminarse a facilitar a cada niño la relación consigo mismo, con los demás, con Dios y con la creación, no cabe duda de que es urgente educar en misericordia, ya que ésta contribuye a hacer un mundo más humano.

Educar en misericordia es la bella tarea de todo educador cristiano siempre y, en especial en este año: padres, catequistas, profesores, sacerdotes, monitores del tiempo, etc., todos tenemos el deber y la alegría de educar a nuestros niños en la misericordia, para que sean misericordiosos como el Padre, sabiendo que es la clave de su crecimiento como persona y de su felicidad. Para ayudar a nuestros niños a ser capaces de ser misericordiosos, hemos de ponernos antes que nada a escuchar la palabra de Dios y contemplar su misericordia, sobre todo en la persona, palabras y gestos de Jesús y dejarnos cambiar el corazón y asumirla como estilo de vida.

La misericordia no consiste solo en socorrer al que es materialmente pobre, sino a todo el que padece cualquier otro tipo de pobreza. Hay otras carencias interiores que no se ven si no se tiene “ojos de misericordia”, otras miserias que atentan contra la dignidad humana. Por eso es necesario ayudar a los niños a mirar a los otros con “ojos de misericordia”. H

*Obispo de Segorbe-Castellón