Nos disponemos a celebrar la fiesta del Corpus Christi, es decir del cuerpo y la sangre de Cristo, el próximo Domingo. En su centro está el sacramento de la Eucaristía, el sacramento del amor, en que Cristo Jesús nos ha dejado el memorial permanente de su entrega total por amor en la cruz. En la secuencia de la misa de este día cantaremos: «Es certeza para los cristianos: el pan se convierte en carne, y el vino en sangre». En el Corpus reafirmamos nuestra fe en la presencia real y permanente de Cristo en la Eucaristía, el misterio que constituye el corazón de la Iglesia.

La celebración eucarística de este día nos remonta a Jueves santo, el día en que Cristo instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. Los Apóstoles recibieron el don de la Eucaristía en la última cena, pero estaba destinado al mundo entero. La Eucaristía es el centro, la fuente y la meta de la vida de la Iglesia y de todo cristiano; sin la Eucaristía no habría Iglesia; y sin la Eucaristía, la fe y la vida de todo cristiano languidecen y mueren. En el banquete eucarístico, el Señor nos invita a su mesa, nos sirve y, sobre todo, nos da su amor, hasta el extremo de ser él mismo el que se nos da en el pan partido y repartido.

La Eucaristía tiene unas exigencias concretas para el vivir cotidiano, tanto de la comunidad eclesial como de los cristianos. Por ello, en la Fiesta del Corpus celebramos el Día de Cáritas.

Cristo nos invita y envía a ser testigos vivos de su amor para que se supere cualquier exclusión y necesidad. Es lo que hacen tantos cristianos en su compromiso de caridad cristiana; es lo que hacen nuestras Cáritas parroquiales, interparroquiales y diocesana, y tantas obras caritativas y sociales de grupos y congregaciones religiosas. En el Corpus os invito a entrar en el misterio de la Eucaristía para que nos convierta en testigos comprometidos de su amor en el amor al hermano necesitado.

*Obispo de Segorbe-Castellón