Hemos traspasado ya el ecuador del curso pastoral. Es bueno recordar que para este año en nuestra Iglesia diocesana nos hemos propuesto hacer de la Eucaristía el centro de la vida y de la misión de toda comunidad parroquial y de todo cristiano. Es necesario, por ello, que cada parroquia en su consejo de pastoral, los grupos de sacerdotes de los arciprestazgos y el consejo arciprestal revisen qué lugar está ocupando este objetivo en la vida parroquial y qué acciones se están llevando a cabo. Aún hay tiempo para que nuestra programación diocesana anual no quede en el papel, y pongamos por obra lo que pensemos necesario en orden a dicho objetivo.

Si queremos que nuestras parroquias sean comunidades y que sean comunidades vivas y misioneras, hemos de poner en el centro la Eucaristía y cuidar con sumo esmero su celebración, en especial en el Domingo el día el Señor y de la Eucaristía. La comunidad parroquial nace, crece y se edifica en la Eucaristía. La parroquia es ante todo una comunidad eucarística. La Eucaristía, como nos ha recordado el papa Francisco, es el corazón de la parroquia. La parroquia nace como comunidad en torno a la Eucaristía, que es la fuente constante de su existir, de su vida y de su misión; porque la parroquia es la asamblea de las personas llamadas por el Señor resucitado en torno a su mesa. El domingo es, sobre todo, «el día de la Eucaristía». La Eucaristía está ligada al domingo desde los orígenes. La cultura del fin de semana, sin embargo, va minando en muchos de nuestros fieles el sentido cristiano del domingo. Pero el domingo y la Eucaristía son inseparables. La Iglesia, una comunidad parroquial y un bautizado no pueden vivir sin la Eucaristía dominical. Así lo entendieron, desde la primera hora, los discípulos de Jesús, que celebraron el encuentro eucarístico en el primer día de la semana, el día del Señor.

*Obispo de Segorbe-Castellón