Tal vez la canícula y la dispersión vacacional haya privado a algunos de conocer un gran acierto político del Consell del Pacte del Botànic: elevar al rango de Dirección General la Agenda Valenciana Antidespoblament (AVANT) para potenciar y reafirmarse en una lucha sin cuartel contra la huida de habitantes de las zonas rurales. Pero más acierto ha sido el ubicarla, desde el mes pasado, en la más pequeña, la más rural, la más descompensada entre el interior y la costa de las tres provincias hermanas: Castellón, a la que pertenecen más de la mitad de los municipios en vías de extinción.

Y, como el aceite lubricante 3-En-1, el tercer acierto es que la misma sea dirigida por una exalcaldesa de interior de la comarca valenciana de la Vall d’Albaida (Lluxent, 2.373 habitantes), Jeannette Segarra, conocedora, en toda su extensión, de las problemáticas del vaciamiento poblacional.

Esto de la despoblación del interior de nuestro territorio es un tema nada baladí, sino muy complejo, con muchas aristas, peliagudo de lidiar —política y económicamente hablando— y que, además, puede prestarse a la demagogia de charlatanes de feria, que abundan de un tiempo a esta parte. Sin embargo, para afrontar esta problemática, tiene que primar la rigurosidad y el codo a codo de todos y cada uno de nosotros.

Lo dijo en la presentación de la Agenda el president de la Generalitat, Ximo Puig, con un probado municipalismo de interior a sus espaldas (Morella, 2.500 habitantes): «Desde la complejidad del problema, no existen fórmulas mágicas para acabar con el despoblamiento, pero sí voluntad política para intentar frenarlo». «Y ahí va a estar la Generalitat».

Como tiene que estar, por sinergias, por intensos conocimientos de las problemáticas de las 135 poblaciones de Castelló —como también indicó el presidente Puig—, la Diputació Provincial a cuyo frente el PSPV-PSOE ha dispuesto también para su gestión al alcalde de otro pequeño pueblo de la provincia, José Pascual Martí, regidor de Suera, que enfila su cuarto mandato en esta población de La Plana Baixa, con algo más de 500 habitantes, que llegó a tener 1.200 en el primer tercio del siglo pasado y cuyo pico más alto en el siglo actual han sido los 680 habitantes del 2010.

Sin duda, los pequeños ayuntamientos son los confesionarios de unos feligreses muy especiales que depositan, bien en sus alcaldes, bien en sus concejales, las circunstancias y las vicisitudes del porqué de una marcha forzada de las callejuelas que les vieron corretear siendo niños, con el correspondiente alboroto y bullicio infantil, y en las que ahora impera un pesado silencio solo roto por la megafonía de los bandos -quien pueda permitirse el lujo de mantenerlos— o por algún portazo que otro en días de viento.

Y los primeros en romper sus raíces, en marcharse de manera obligada contra su voluntad, porque nadie quiere abandonar el calor de su hogar de toda la vida, hasta el último hálito de esta —sea en zonas rurales, sea en las más urbanitas—, son las personas dependientes. Y por aportar otro frío dato, en las zonas más rústicas de nuestra Comunitat, viven 80.000 personas con cualquier tipo de discapacidad, a las que hay que facilitarles la vida, en servicios, productos y bienes -algunos locales, otros comarcales- para que sigan viviendo allí y mantener las pequeñas tiendas, los pequeños bares, las pequeñas farmacias, sus iglesias…, etc. Vida que intente atraer más vida, aunque sea difícil y complejo para que, a su vez, sean también la garantía y el sentido de mantener las pequeñas corporaciones locales que, por pequeñas que sean, son, han sido y serán el factor más importante para luchar contra el vaciamiento de las pequeñas localidades. Y el día que desaparezcan algunos de estos ayuntamientos, detrás de ellos irá la desaparición definitiva, irremisible, de sus poblaciones.

Cualquier alcalde o concejal de cualquier pueblo mediano o pequeño sabe de esto mucho más que yo, pero creo que una lucha decidida contra el despoblamiento de auténticas joyas de pequeños pueblos como de los que podemos presumir en la provincia de Castellón, es un compromiso, un trabajo de todos, por encima de ideologías o credos políticos y que, como en otras tantas cosas todos deberíamos unir nuestras sinergias para establecer las bases, escritas o no, de que futuros gobiernos del Consell, futuras diputaciones, tengan siempre en su agenda política la de devolver al medio rural, al interior, lo que le corresponde y se merecen para el sostenimiento de nuestros bosques, campos, paisajes… que, como los de cualquier otro lugar son irrepetibles, pero pocos los tienen en una zona geográfica tan privilegiada como nosotros.

La primera piedra está lanzada. Propuestas, hay para dar y vender. Llenaríamos las páginas de este diario. Unas muy voluntariosas, pero irrealizables, otras que sí pueden estar al alcance de la mano. Empecemos.

*Diputado autonómico PSPV-PSOE por Castellón.