Hace tiempo que este país ha sido tomado por la gresca, y por el insoportable, triste, exceso de ruido que no permite el diálogo ni el debate inteligente. Es delirante. Engullimos, no analizamos y nos lanzamos atropelladamente al banquete. Perseguimos sin pensar un hashtag como si nos fuera la vida en ello. Y no es así, la vida, la política, no son un post ni dependen de 140 caracteres, qué grave error es confundir la realidad con un timeline o un grupo de WhatsApp. Hace tiempo que este país parece un plató de Sálvame, programa de máxima audiencia, por cierto. Hace tiempo que este país está «teleprogramado» y hemos caído en la trampa. Hace tiempo que el respeto y la educación han dado paso al insulto y los gritos. No soporto la violencia verbal, toda, ni el lenguaje despectivo, altanero y sexista. Hace tiempo que la manipulación aglutina demasiadas contradicciones.

Ayer asistí a un bello homenaje a Francesc Jarque en Valencia. Y me quedo con su legado. Con su mirada. Con su bondad. Con su espíritu crítico. Reivindico la grandeza de quienes mantienen la mirada y las manos abiertas. Reivindico las luchas plurales, sinceras, generosas, valientes. Es doloroso caminar entre frivolidades y cuchillos permanentes, desde ese largo ensayo sobre la ceguera que nos está eliminando como personas y que con maestría nos mostró, y nos advirtió, José Saramago. Me quedo con el trabajo y pasión que nos ha regalado Jarque. La mirada sincera a las personas, la crónica social y cultural del tiempo. Una de las mejores crónicas de nuestra historia reciente. Me quedo con las emocionadas palabras de la periodista María Ángeles Arazo, que ayer compartió en un pequeño y hermoso acto, en el Palau de la Generalitat, que inauguraba el primer paso de una exposición sobre la obra de Jarque. Arazo recordaba la mirada humana del fotógrafo Jarque cuando retrataba a los invisibles, a tantas mujeres y hombres de esta tierra. Me quedo con este relato al describir las miradas que atraían a Jarque, las de quienes sufren desigualdad, injusticia, los surcos de la vida grabados en las manos y en sus caras. Me quedo con el mundo real, con las personas que sienten y son auténticas, me quedo con las miradas limpias, con quienes saben lo que realmente es importante y valioso para caminar. Lo imprescindible. Me quedo con esta dignidad. H*Periodista