Los últimos días de marzo de 1944 fueron devastadores para el 340th Bombardment Group del Ejército del Aire estadounidense destacado en Nápoles. En pocas horas perdió 88 bombarderos B-25 Mitchell. Ni uno solo fue abatido por fuego enemigo. Fueron destruidos en tierra por las cenizas incandescentes del Vesubio, que el día de San José había empezado su más violenta erupción del siglo XX. No era la primera de su historia. La más violenta y famosa fue la del año 79, la que sepultó en pocos minutos Pompeya y Herculano. Italia es tierra de volcanes.

A nosotros, las erupciones o terremotos violentos no nos inquietan porque suelen ocurrir lejos. Los consideramos exotismos curiosos. Sin embargo, empiezan a preocuparnos al conocer su alcance por la prensa o en razón de los inconvenientes que, esporádicamente, causan a la navegación aérea. Ese fue el sonadísimo caso, en abril del 2010, del cierre del espacio aéreo noreuropeo debido a la erupción del volcán islandés Eyjafjalla. Se cancelaron más de 20.000 vuelos. Una inmensa nube de tefras, materiales volcánicos muy finos, colmó dilatados y cambiantes volúmenes atmosféricos, lo que habría podido afectar a los motores de los aviones. Muchos se sorprendieron: ¿tanta ceniza puede escupir un volcán?

En los volcanes de tipo hawaiano o estromboliano predomina la lava que fluye, pero los volcanes vesubianos o plinianos, los peleanos y los vulcanianos, además de lava largan grandes cantidades de gases y piroclastos, es decir, materiales sólidos lo bastante ligeros como para ser arrastrados hacia arriba. Los piroclastos más pesados, las bombas y el lapilli (ceniza grosera), precipitan a poca distancia del cráter, pero los más ligeros, las tefras (cenizas finas), permanecen muchos días en suspensión y pueden ser llevados a muchos kilómetros de distancia. Son estas tefras las causantes de los problemas en la aviación. Y de la devastación de áreas tan extensas que ni llegan a ver la erupción pese a sufrirla.

Justamente acaban de ser publicados en la revista Nature Scientific Reports los resultados de una investigación llevada a cabo por un equipo de físicos y vulcanólogos del Istituto Nazionale di Geofisica e Vulcanologia de Nápoles y del Barcelona Supercomputing Center, a propósito de la nube de tefras emitidas por la mayor erupción habida en Europa en los últimos 200.000 años. Tuvo lugar hace 39.000 años cerca de la actual Nápoles, y generó depósitos de caída diseminados en un área de tres millones de kilómetros cuadrados, extendida desde el sur de Italia, Grecia y los Balcanes hasta el Kazajstán. Se ha determinado que esta fantástica erupción, que mandó piroclastos hasta 44 kilómetros de altura, dispersó más de 200 kilómetros cúbicos de cenizas, un volumen equivalente a 100.000 estadios del Barça bien repletos... La deposición de esta inmensa cantidad de tefras, con espesores de hasta 10 centímetros, aniquiló la vegetación y creó un inmenso desierto temporal. Pero a pesar de la violencia momentánea del fenómeno, el paso de los años borró la memoria aparente del desastre, como ocurre siempre con las erupciones.

La investigación recién publicada ha permitido aquilatar sus dimensiones y ha aportado algo de luz al complejo tema de la dispersión de nuestra especie por el continente europeo. El espacio de oportunidad ofrecido por las tierras recolonizadas por la vegetación tras la erupción frenó el progreso del Homo sapiens en su migración de África hacia el suroeste europeo. Eso quizá explicaría por qué los humanos neandertales, originarios de Europa, sobrevivieron 5.000 años más en la península Ibérica que en el resto del continente. Nuestra especie fue eliminando a los neandertales, pero la erupción de la Campania la entretuvo algunos siglos al este de los Alpes. O sea, que los volcanes y los humanos siempre mantuvieron una estrecha relación, lejos de la anecdótica percepción que podamos tener. MalcoLm Lowry tituló Bajo el volcán su novela ambientada en la Quauhnahuac (Cuernavaca) de los años 30 del siglo pasado, porque la ciudad yace cerca del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. Millones de humanos viven al pie de volcanes porque las tierras de origen son muy fértiles. Como hemos visto, la tradición se remonta a los mismos orígenes de nuestra especie. Como quiera que sea, los episodios volcánicos han tenido un papel más importante del sospechado en muchos procesos ecosistémicos: son de una contundencia extrema, por vía atmosférica afectan a áreas muy dilatadas y provocan alteraciones meteorológicas con efectos climáticos. La escasa conciencia del riesgo y la avidez por los suelos fértiles atraen a los humanos hacia los volcanes, aunque ahora también nos amarguen los viajes en avión. La Tierra dista mucho de ser una roca apagada. Continuaremos viviendo eruptivamente, me temo. H

*Socioecólogo. Presidente de ERF