La Epifanía del Señor es una fiesta muy antigua que tiene su origen en el Oriente cristiano; pone de relieve la manifestación de Jesucristo a todas las naciones, representadas por los Magos que acudieron a adorar al Rey de los judíos recién nacido en Belén (Mt 2, 1-12). La «luz nueva» de la noche de Navidad hoy comienza a brillar para todos.

El tiempo de Navidad está marcado por el tema de la luz, vinculado al hecho de que, en el hemisferio norte, después del solsticio de invierno, vuelve a alargarse el día. Jesús es el sol que apareció en el horizonte de la humanidad para guiar a todos los pueblos e iluminar la existencia personal. Jesucristo es el verdadero sol que ilumina nuestras vidas. Los Magos se encontraron con ese sol y fueron iluminados con la luz de la fe. Y esa luz cambió su vida y se fueron por otro camino, el de la fe.

En el relato evangélico vemos a los tres Magos; quizá fueran astrónomos, en cualquier caso eran tres sabios interiormente inquietos que buscan la verdadera estrella de salvación. En cuanto vieron la estrella, se pusieron en camino. Representan a los hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan al Dios verdadero, cruzan mil penalidades y lo encuentran; son quienes apuestan por lo divino en aras de lo humano, por lo espiritual más allá de lo material, por la apertura a Dios frente a la cerrazón en sí mismo y en el saber humano. No saben por qué, pero buscan. No saben adónde, pero se ponen en camino. Les mueve la nostalgia de Dios que todo hombre tiene en lo profundo del corazón, invitándonos a todos a la fe en ese Dios.

Y, finalmente, aparece una estrella. No sabemos si estuvo alguna vez en el firmamento o si fue la conjunción luminosa de Júpiter y Saturno allá por los años en que nació Jesús; es muy posible. Lo más seguro es que fue una inspiración divina que sonó en el corazón de los Magos y los citó al encuentro con Dios.

*Obispo de Segorbe-Castellón