Estos días del corazón del mes de agosto gozan del alborozo de la fiesta en muchos enclaves de la provincia, pueblos o poblaciones con gran densidad humana. Aquí, en esta página en la que publicitamos Lorenzo y yo el afán por construir torres y castillos de arena, ya hemos hablado con entusiasmo de festivales, certámenes y fiestas mayores, con la música sonando sin parar. Pero solamente hemos hablado de las bandas de música muy de pasada. Hoy, el protagonismo debe ser para ellas.

Este verano, la Diputación Provincial patrocina nada menos que siete Trobades de Bandes de Música. Comenzó la campaña el 19 de junio, en les Alqueries, siguió el 16 de julio en Altura, continuará ya en septiembre, el día 3, en Traiguera, el 10 en Llucena del Cid, el 17 en Benlloch, al día siguiente en Tales, para terminar el ciclo el 26 de septiembre en Catí.

Es cierto que los grandes y tradicionales festivales musicales, incluso el mágico certamen de guitarra, tienen una dimensión que aumenta el valor cultural de nuestra provincia, pero la visión de los uniformes de los miembros de las bandas de música, forman parte de la guardarropía de nuestras gentes y la asistencia de su banda a un acto es cosustancial con lo más querido por los vecinos de cada pueblo o lugar.

Yo recuerdo que siendo un jovencito de unos diez años, acompañaba a mi abuela Paulina en su visita familiar por aquellos núcleos de massos entre Culla y Benassal, coincidiendo casi siempre con el día de la matanza del cerdo. Y lo que convertía los actos en fiesta eran la música y los bailes que en la explanada de los massos tenía lugar.

Pero mientras lucen la música y las danzas populares, siempre tengo presente la campaña que colaboré en crear en Castellón titulada A l’estiu tot lo mon viu, en varios escenarios y plazas públicas de Castellón. Y, al decirlo, me asalta la nostalgia por aquella acción municipal de cine en la playa del Pinar, que nos permitió gozar de Cinema Paradiso --¡cómo me embrujó su música!--, Cyrano y Aquí un amigo, de Billy Wilder. Y el recuerdo de cuando, al final de cada sesión, oíamos ese viento sagrado del ser que rizaba aquellos días nuestro mar, como la tradición dice que rizaba el mar de la isla griega de Patmos.

Pero también ahora hay cosas inmutables, que se repiten por tanto una generación tras otra. Es indudable que la luna, la playa, la noche y el mar, con el calor del verano, auguran buenos presagios. Y es que sigo siendo de primera fila espectador de la escenificación del Ballet de la Luna llena. Algunas jóvenes se arrodillan a la orilla del mar, aquí en la Almadraba, formando un círculo. Extienden brazos y manos hacia la luna y una de ellas acaba recitando la invocación que las demás corean “Luna llena, luna llena, hazme soñar con el que toda la vida he de pasar…”

Se lo cuento a Lorenzo y no se lo acaba de creer. Dice que son ensoñaciones mías por culpa del humo de los barcos… De todas maneras también se habla de ello en libros de temas históricos y enciclopedias que se encuentran en las bibliotecas del mar. H