Navidad está a las puertas. Aunque no faltan los intentos de silenciar o cambiar su verdadero sentido y ante el riesgo de que los mismos cristianos lo olviden, en Navidad resuenan con fuerza las palabras del Ángel a los pastores: «Os anuncio una gran alegría... hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,10-11). Esta frase muestra el significado y el contenido propio de la fiesta de la Navidad y el motivo de la alegría navideña de los cristianos, una alegría que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Con el nacimiento de Jesús, la historia humana adquiere una nueva dimensión y profundidad. Con él, Dios mismo entra en la historia humana, abraza totalmente la historia humana desde la creación a la parusía. El mundo, la historia y la humanidad recobran su sentido: no estamos sometidos a la fuerzas de un ciego destino o a una evolución sin rumbo. El destino de la humanidad no es otro sino Dios en Cristo Jesús.

En Navidad nace Dios y lo hace para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, también para los hombres y mujeres de hoy. Este Niño nos trae la salvación, el amor, la alegría y la paz de Dios para todos. El Niño Dios de Belén nos abre a todos el camino hacia Dios y hacia los hermanos; ese Niño nos da la posibilidad de alcanzar la suprema aspiración del hombre: ser como Dios. En Navidad, Dios mismo se pone a nuestro alcance en el Niño de Belén. Y Jesús no es una ficción, sino un hombre de carne y hueso no es un mito ni una leyenda piadosa, sino alguien concreto e histórico, que provoca nuestra fe. En Él, Dios mismo sale a nuestro encuentro.

Acojamos al Niño Dios, que nace en Belén. Vivamos el genuino sentido de la Navidad. Dejemos que Dios, su amor y su paz, nazcan en nuestro corazón, en nuestras familias y en nuestra sociedad. Dejémonos encontrar y amar por Dios.

*Obispo de Segorbe-Castellón