Escribo esta carta en la Fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús. Esta joven, carmelita descalza en Lisieux, murió a los 25 años y sin salir del convento, vivió y entregó su vida para que el amor de Dios llegase a todos. Por ello la Iglesia la declaró Patrona de las Misiones. «En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo quiero ser el amor»: así entendió Teresita su vocación y su misión, la razón de su vida y de su existencia. Durante este octubre --mes misionero extraordinario--

se está celebrando en Roma el Sínodo sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional; es un tiempo de gracia, que nos ofrece la oportunidad de comprender mejor, a la luz de la fe, lo que el Señor Jesús os quiere decir a los jóvenes y, a través de vosotros, a nuestras comunidades cristianas. Como Teresita, cada cristiano, y en especial los jóvenes cristianos, estamos llamados a ponernos a la escucha del Señor, para descubrir nuestra vocación y misión. Él nos llama a ser discípulos misioneros suyos.

Para ayudar a nuestros jóvenes bautizados a ser discípulos misioneros de Jesús es necesario en primer lugar, llevarles al encuentro personal y transformador con Cristo y su palabra en la oración y los sacramentos, que lleva a vivir intensamente la vida de caridad de la Iglesia. Se trata de educar en la amistad con Jesús, de conocer a Cristo vivo y tratar con él como un gran amigo, como lo hicieron los apóstoles. Responde a un anhelo muy fuerte en la juventud.

También los jóvenes, por el Bautismo, sois miembros vivos de la Iglesia, y juntos tenemos la misión de llevar a todos el Evangelio. Son cada vez más numerosos aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado. Muchos ambientes son hoy refractarios a abrirse a la palabra de la fe. Con palabras del papa Francisco «para un joven que quiere seguir a Cristo, lo esencial es la búsqueda y la adhesión a la propia vocación».

*Obispo de Segorbe-Castellón