El día 24 de septiembre es la fiesta Ntra. Sra. de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias. Este patronazgo tiene su origen en San Pedro Nolasco, quien tuvo una experiencia mística en la que la Virgen de la Merced le pidió que se dedicase a redimir a los cristianos cautivos de los musulmanes y que fundase una orden religiosa dedicada a este fin; en 1218 fundaba en Barcelona la Orden de la Merced. Desde entonces, los Mercedarios se dedican, también entre nosotros, a la atención de cuantos están privados de libertad en las prisiones o viven esclavizados por otra causa.

El servicio pastoral de capellanes y voluntarios en los dos centros penitenciarios en nuestra Diócesis se basan en las palabras de Jesús: «venid, benditos de mi Padre… porque estuve en la cárcel y me visitasteis»; y añade: «cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 34.36). Desde siempre, la Iglesia ha mostrado su preocupación por los presos (cf. Hb 13,3). Es cierto que nuestro deseo de seguridad, el peso de una lógica justiciera o la lejanía de las cárceles no facilitan nuestra compasión hacia los encarcelados. Y más aún si han cometido delitos que causan legítima zozobra social. Pero también hoy valen las palabras de Jesús.

Quienes trabajan en la pastoral penitenciaria tratan de vivir las palabras del Evangelio. Ayudan a los internos a tomar conciencia de que la privación de libertad nunca les quita su dignidad personal; esta es un don de Dios que nunca se pierde. La privación de libertad por parte de la sociedad por los delitos y errores cometidos es legítima. Pero la reclusión no significa exclusión. Siempre hay lugar para la esperanza y para poder cambiar, reconciliarse con el entorno e iniciar una vida libre en el seno de la sociedad. A los internos no les faltará nunca la gracia de Dios y el acompañamiento humano y espiritual de la Iglesia.

*Obispo de Segorbe-Castellón