Este fin de semana, junto con nuestra hospitalidad diocesana de Lourdes, peregrinaremos un año más al santuario francés, acompañando a unos sesenta enfermos. Quien ha estado en Lourdes sabe que en pocos otros lugares como ante la Gruta de Massabielle se experimenta la presencia cercana y protectora de nuestra Madre, la Virgen María. Este año, ante la imagen de la Inmaculada en la gruta, cantaremos con la Virgen el Magníficat porque «el Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49). María alaba y da gracias a Dios por el don de la vida que nace en su vientre, por haber sido elegida para ser Madre de Dios, por tantas maravillas como Dios ha hecho en ella y por ella para toda la humanidad.

Fijemos nuestra mirada en el papel y la actitud de María ante el sufrimiento. Ya al comienzo del anuncio del Evangelio, en Caná, María se convierte en mediadora entre los hombres y Jesús; le presenta sus necesidades y sufrimientos y les muestra el camino a Jesús: «Haced lo que Él os diga», dice María a los sirvientes. Además, María acompaña con su fe a Jesús a lo largo de su ministerio, y, al pie de la cruz, le ofrece su presencia: allí ella recibe al discípulo amado, a Juan, como hijo suyo (Jn 19, 26), y en él a todos nosotros.

En Lourdes daremos una vez más gracias a Dios por el regalo precioso que nos ha hecho al entregarnos a María como Madre. La Virgen es siempre presencia de Dios, de su vida, amor, perdón y ternura en nuestras vidas; a sus pies depositaremos nuestros sufrimientos y nuestras fragilidades; en ella, consoladora de los afligidos, encontraremos consuelo maternal. María nos llevará al encuentro con su Hijo, la misericordia encarnada de Dios. Nuestra Señora de Lourdes nos enseñará a acoger a Dios y su voluntad en nuestras vidas para seguir caminando con fe, confiando y esperando siempre en Dios, incluso en la enfermedad y en la dificultad.

*Obispo de Segorbe-Castellón