Durante el último fin de semana del mes de junio, hemos peregrinado un año más al Santuario de Lourdes con nuestra Hospitalidad Diocesana acompañando a enfermos y otros peregrinos. Este año hemos acudido a la gruta de Masabielle para celebrar el Jubileo de Misericordia. En el encuentro con la Virgen, cuya presencia allí se siente más cercana, si cabe, y de sus manos hemos podido contemplar, experimentar y acoger el amor entrañable, compasivo y misericordioso, paciente y eternamente fiel de Dios en su Hijo Jesucristo, la Misericordia encarnada de Dios, en el seno virginal de María.

La peregrinación, signo peculiar de todo año santo, lo hemos vivido este año más intensamente, que otras veces: nos ha recordado que en esta vida todos somos peregrinos, que nuestra existencia es un camino hasta alcanzar la meta anhelada. Y también que la misericordia es una meta por alcanzar, que requiere de nosotros ponernos en camino hacia Dios, salir de nosotros mismos y convertirnos.

En este año jubilar, el primer acto comunitario de nuestra peregrinación ha sido el paso por la Puerta de la Misericordia; al pasarla, hemos hecho la señal de la cruz, para mostrar de esa manera nuestro deseo de entrar en la realidad de la gracia de la misericordia para nosotros y para todos con quienes nos encontramos. Para “hacer bien la señal de la cruz”, a Bernardita le bastó con mirar a la señora y hacerla como ella la hizo.

La peregrinación nos llama ahora a ser portadores de la misericordia que hemos experimentado estos intensos días y nos impulsa a vivir la misericordia para con los demás en las obras de misericordia corporales y espirituales, a abrir nuestro corazón a los enfermos, a los necesitados, a cuantos viven en las periferias existenciales. H

*Obispo de Segorbe-Castellón