El encuentro transformador con Cristo resucitado es el principio de renovación de la vida cristiana, y también para la renovación de nuestras parroquias para que éstas lleguen a ser comunidades cristianas, es decir, comunidades evangelizadas y misioneras.

La Iglesia y cada parroquia será viva en la medida en que sus miembros sean “piedras vivas”, es decir que vivan unidos, arraigados y ensamblados en Cristo, “piedra viva y angular”; una comunidad parroquial será viva si por sus miembros corre la gracia y la savia de la vida que es Cristo, que genera comunión de amor y de vida con Dios y comunión fraterna con los hermanos. Este principio vale para la renovación de toda comunidad eclesial.

Nuestras parroquias en general distan mucho de ser verdaderas comunidades: muchos de nuestros fieles no tienen sentido de comunidad ni de pertenencia a su comunidad parroquial; no la sienten como propia y no se implican en su vida y misión. Para una gran mayoría de fieles, incluidos los practicantes y cercanos, la parroquia es un lugar donde se ofrecen servicios religiosos, a la que se acercan cuando los necesitan.

Anclada en el seno de la Iglesia diocesana y abierta a la Iglesia universal, cada comunidad parroquial es y está llamada a ser ámbito de comunión y de misión; de comunión con Dios y, desde él, con los hermanos; y de misión para que Cristo y su Evangelio salvador llegue a todos. Formada por piedras vivas, cuya piedra angular es Cristo, cada comunidad parroquial está llamada a ser en el barrio o en el pueblo signo de la presencia amorosa de Dios, ámbito donde Dios sale al encuentro de los hombres, para comunicarles su vida de amor que crea lazos de fraternidad. En cada parroquia, el Espíritu actúa especialmente a través de los signos de la nueva alianza, que ella ofrece a todos: la Palabra de Dios, los Sacramentos y la Caridad. H

*Obispo de Segorbe-Castellón