La religiosidad popular es la expresión de la búsqueda de Dios en cada pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. Surge de la apertura a la trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. En el ser humano existe un hondo sentido de lo sagrado que se expresa de diversas maneras. Entre nosotros, la religiosidad popular tiene profundas raíces cristianas. Mediante ella, nuestro pueblo cristiano -especialmente la gente sencilla- vive y expresa su relación con Dios, con Jesucristo, con la Santísima Virgen y con los Santos.

El Catecismo sitúa en su justo lugar la religiosidad popular: «La liturgia sacramental y la de los sacramentales, y la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular». En este contexto se enmarcan la veneración de las reliquias, las visitas a los santuarios, las procesiones, las peregrinaciones y romerías, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. El Concilio Vaticano II tiene presente estas acciones populares cuando afirma que la liturgia «es la forma más perfecta de expresar el culto hacia Dios», pero «no abarca toda la vida espiritual» (SC 12).

Estas formas de religiosidad popular complementan la vida litúrgica, pero nunca la igualan, ni la sustituyen, aunque en algún caso formen, en cierto modo, parte de la liturgia, como sucede con las procesiones. Algunas veces, al sobreabundar el afecto y el sentimiento, se vacían de su verdadero sentido, se desvirtúan y se desvían de sus fines. Entonces necesitan ser purificadas y rectificadas. En general son caminos para la evangelización. Muchas personas encuentran en la religiosidad popular una forma sencilla, más intuitiva, más directa, de expresar su fe y de acercarse a la celebración litúrgica. Estas celebraciones son ocasión propicia para catequizar, explicando el sentido de cada acción de religiosidad popular. H

*Obispo de Segorbe-Castellón