En noviembre se celebra la Semana Europea de la Robótica, con el propósito manifiesto «...de acercar la investigación y desarrollos en robótica al público en general y construir la futura sociedad robótica». Múltiples universidades, empresas y centros de investigación europeos participan organizando actividades, como hace el IRSLab de la Universitat Jaume I. Las actividades que se organizan son sencillas: visitas a laboratorios, demostraciones e incluso cursos para aprender a manejar los robots, la mayoría de unas horas de duración. Y sin embargo provocan un gran interés e incluso fascinación entre las personas que las disfrutan. La razón es clara: la curiosidad por algo nuevo que sabemos que va a cambiar nuestras vidas.

Tal vez lo primero que hay que tener claro cuando hablamos de robots es el origen de la palabra en sí misma. Esta proviene del checo robota, que significa trabajo pesado, y apareció por primera vez en el sentido moderno en la obra de ciencia ficción R.U.R., de Karel Capek. Es decir, que proviene del imaginario literario, de una posible visión del futuro y del trabajo. De algo que haga nuestro trabajo y nos dé más tiempo libre para disfrutar de la vida y desarrollarnos como personas.

Y, sin embargo, ahora que empezamos a estar rodeados de ellos, de coches que se conducen a sí mismos, de robots que barren la casa o nos cortan el césped, lo que vemos en la televisión son robots asesinos o que nos sustituyen en nuestras familias mientras que los medios de comunicación hablan de puestos de trabajos usurpados por las máquinas.

Esta no es una visión justa de los avances que están sucediendo a nuestro alrededor y que se están logrando con mucho esfuerzo por parte de investigadores y empresas de todo el mundo. Los robots asesinos existen, sí, pero solo como otra sofisticada herramienta para matar, en manos humanas. Los rusos tienen tanques teledirigidos, y los Estados Unidos han hecho tristemente famosos los drones. Y al mismo tiempo tenemos a robots trabajando en minas en condiciones que matarían a seres humanos o entrando en centrales nucleares para arreglarlas antes de que la radiación los destruya. Porque sí, los robots tienen límites y dejan de funcionar. Por cada trabajo que destruyen se crean otros especializados para diseñarlos, programarlos y arreglarlos.

Pero si son solo máquinas, ¿por qué resultan tan atrayentes y a la vez provocan el rechazo de la sociedad? La razón evidente es por su inteligencia. Ciertamente es inteligencia artificial, creada por seres humanos y todavía con muchas limitaciones, pero todos somos conscientes de que la inteligencia es lo que nos separa del resto de animales. Como el cine nos ha mostrado, algún día su inteligencia será equiparable a la nuestra, o incluso superior.

Sin necesidad de especular sobre un futuro tal vez tan lejano, ¿qué es eso de sociedad robótica? ¿Por qué algunos dicen que ya está aquí?

No es simplemente que cada vez haya más robots. Al fin y al cabo no hablamos de la sociedad de los vaqueros o la del café. ¿Qué es lo que hace que hablemos de una sociedad? Después de todo los robots no son (¿todavía?) personas.

EN CIERTOS ASPECTOS la situación es similar a la que ya ha ocurrido con los móviles. En pocos años se pasó de ser una forma de llamar para emergencias o grandes negocios a una parte imprescindible de nuestras vidas. La futura Sociedad Robótica es esa sociedad que nos espera, en la que los robots serán nuestros compañeros en las fábricas, nos llevarán al trabajo y nos prepararán la comida. Y sí, en la que también nos comunicaremos por móvil con ellos. Una sociedad en la que habrá personas que dependan de los robots para vivir, como los robots esqueleto que van a dar movilidad a parapléjicos, o el robot de almacén que trae y lleva paquetes y con el que muchos pasarán más tiempo que con otras personas. Cuando hablemos, en ocasiones, no sabremos con quién lo haremos, si con una persona o con un robot. Y el afecto que sentiremos por ellos no será distinto del que sentimos por nuestras mascotas. O incluso mayor. Porque los robots se comportan cada vez de forma más humana y comprensible, y no está lejos el día en (¿cien años? ¿diez?) que nos pidan que no les apaguemos. Este producto de la ciencia va a cambiar nuestras vidas en el futuro de formas que apenas si podemos imaginar ahora mismo.

Nuestra respuesta puede ser buena, extendiendo iniciativas como Personas no humanas para incluir a estos organismos cibernéticos que cada vez serán más complejos y en muchos sentidos parecidos a nosotros, o puede ser mala, y como los luditas del siglo XVIII, obreros destructores de máquinas de vapor, intentar acabar con nuestra propia creación. Este es el momento de pensar y decidir qué tipo de sociedad queremos, antes de que algún robot nos pregunte de repente «¿Por qué?» y no sepamos qué contestarle.

El propósito último que existe en la Semana Europea de la Robótica es que estemos preparados para un futuro distinto y potencialmente maravilloso, en el qué que se conceda la ciudadanía de Arabia Saudí a un robot como Sophia no sea solo una curiosidad.

*Investigador en el Interactive and Robotic Systems Laboratory (IRS Lab) de la Universitat Jaume I