Poco antes de ascender al cielo, Jesús dice a sus apóstoles: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo» (Hech 1,8). En la mañana de Pentecostés, se cumple esta promesa de Jesús. Estando junto los discípulos en una sala, vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego, que se posaron sobre cada uno de los presentes. Y «se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hecho 2, 4). Fortalecidos por el Espíritu, los apóstoles superan el miedo y salen a anunciar por las calles de Jerusalén a Jesucristo, muerto y resucitado, para la vida del mundo.

En la solemnidad de Pentecostés, el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, que este año lleva por lema: «Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo»; unas palabras del papa Francisco en Evangelii Gaudium (n. 21). Todos los cristianos, injertados en Cristo e incorporados a la Iglesia en virtud del bautismo, recibimos la plenitud del Espíritu Santo en la confirmación. Como los apóstoles de Jesús entonces, también los cristianos de hoy, llenos del gozo y alegría por el encuentro con el resucitado, estamos llamados por el Señor en esta hora de la historia a anunciar al mundo que el Señor vive y que fuera de él no hay salvación ni futuro ni esperanza para la humanidad. La misión de ser testigos de Jesucristo y de su Evangelio está confiada a toda la Iglesia y a todos los bautizados. Siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí y de darse, del caminar y sembrar.

Pentecostés llama al don de sí y a la entrega de sí para vivir y confesar en privado y en público la fe en Cristo resucitado, sin miedo, sin tibieza, sin dejarse llevar por la ola de indiferencia religiosa o de hostilidad hacia el cristianismo. Pentecostés nos llama a crecer en la fe, a implicarnos en la vida y en la misión evangelizadora de nuestra Iglesia.

*Obispo de Segorbe-Castellón