Solo quienes ven en la política un medio para su promoción personal defienden, sin rubor, que a los militantes mayores se les ha pasado su tiempo. La paradoja, en la izquierda al menos, consiste en que con medidas sociales y sanitarias se logra el envejecimiento de la población cerrando, sin embargo después, su participación activa. Mezquindades políticas aparte. Que el socialismo ha llegado a no parecerse a lo que fue me lo atestiguó un compañero socialista, que me indicó haber votado “a la izquierda” para que yo entendiera que su papeleta elegida no fue la del PSOE.

Nunca ha habido tantas cosas para decidir como en los últimos meses. Sin embargo no han existido demasiadas las codecisiones, dejando aparte las consultas habidas en búsqueda de avalistas.

No obstante, habría sido enriquecedor contar con, al menos, dos tardes para que Jordi Sevilla, por ejemplo, explicara sus razones para imponer un impuesto con el que atender al pago de las pensiones sin antes intentar acabar con la economía sumergida que no paga, para, después, decidir entre todos. Incluidos quienes formamos parte del Pacto de Toledo en 1995 aunque fuera para tildarnos de poco previsores. O que, pese a las advertencias, el trabajo en el mar no fuera incluido en el Programa pese a su actualidad en la comunidad marítima internacional, reafirmada en el propio mes de junio del 2016. O los olvidos de la modernidad en lo que se refiere a la nueva división del trabajo y la internacionalización del empleo… Total, fruslerías.

Pero es, seguramente, una de las primeras reflexiones que el PSOE deberá hacer en los próximos congresos: la evidente pérdida de señas de identidad del partido. La actual situación en nada se parece a la de los años 80 cuando obteníamos seis (6) parlamentarios en Castellón en lugar de uno (1) como ahora. Nuestra labor en las elecciones de 1982 consistió, esencialmente, en asegurar a la población que nuestro socialismo tenía más que ver con el europeo que con el histórico español marxista. Gráficamente: que nadie iba ni a quemar iglesias ni a perseguir monjas por de clausura que fuesen. SIC. Pese a la mucha elementalidad los votantes entendieron que allí había cambio y giró a la izquierda.

El cambio propuesto ahora por el PSOE no parece haber sido entendido. Mientras que la petición de confianza “en el partido que transformó nuestro país” (carta de Pedro Sánchez) no ha servido como pretendido aval habida cuenta que las transformaciones se olvidaron incluso, doy fe, son desconocidas. Además de que si el socialismo democrático es un camino, las etapas futuras son las que más interesan y, si así están satisfechos, con nuevos protagonistas con derecho a equivocarse.

Los referentes de gobierno de los que ahora disponemos deberían mostrar con la necesaria claridad perceptible por la sociedad que el relevo del PP, producido hace un año, ha supuesto mucho más que un cambio de administración. Porque se trata de un cambio de gobierno. Castellón “supo cambiar” el 28 octubre de 1982 y no ha otorgado un “si por el cambio” del 2016. El Consell ha diluido la imagen propia del socialismo valenciano entre opciones ideológicas distintas coaligadas y ha focalizado, en exceso, sus políticas en las reivindicaciones instrumentales como las del Corredor Mediterráneo (penúltima preocupación de los valencianos) y la de fondos presupuestarios. Lo que además encubre el histórico sentido sucursalista, aunque se trate ahora de otra forma de recalcar una dependencia pero que igualmente deteriora lo que ellos han calificado de “el orgullo de ser valenciano”.

La mayoría social de progreso obtenida en el 82 ya había fraguado en la sociedad mucho antes de instalarse las urnas. Y si se quiere volver a integrarla ahora hay que empezar por dar el “sí por el cambio” del propio PSOE. H

*Fue diputado por Castellón y Especialista Superior de la OIT en Ginebra