En el macrojuicio de Palma se juzga a un puñado de presuntos corruptos económicos entre los que se encuentran dos miembros (¿o debo decir exmiembros?) de la Casa Real española: la hija del emérito rey Juan Carlos I y hermana del actual rey Felipe VI, Cristina de Borbón, y su marido, Iñaki Urdangarin.

En su defensa han alegado que la Casa Real era conocedora de sus negocios. Negocios legales, claro está.

Este recurso a “implicar” a la Casa Real en general y a Juan Carlos en particular no sólo es un argumento muy astuto, sino que, además, tiene cierta lógica, pues al fin y al cabo, éste ha sido un maestro en el enriquecimiento fácil, lo cual ha servido también para alentar a un montón de políticos corruptos (y “no corruptos” pero enriquecidos fácilmente) que han proliferado en la España llamada democrática.

La fortuna del rey Juan Carlos -como la de otros mandatarios y políticos del mundo- tiene su origen en el poder. Un poder con poco sentido de la ética y la moral, como lo son los sistemas capitalistas, tanto si son liberales como dictatoriales, que dominan el mundo de la modernidad.

En una reciente entrevista al historiador Ángel Viñas, hablando de su último libro La otra cara del caudillo, explicaba cómo el dictador Francisco Franco se enriqueció; explicaba que Franco entró en la guerra sin un duro y acabó su mandato con 388 millones de euros. Es muy probable que Franco fuese, también en esto, el maestro de su príncipe protegido, pues cuando Juan Carlos I fue entronizado, en 1975, carecía de fortuna personal y en 2003 la revista Forbes le asignaba una fortuna de 1790 millones de euros. Para llegar a ello fueron muchos los negocios turbios del rey según algunos investigadores.

Creo que no es suficiente la democracia formal para evitar este tipo de corruptelas de muchos políticos y hombres de negocios de la modernidad. Hace falta algo que hoy se valora poco en la sociedad hedonista y de consumo en la que vivimos: hace falta un alto sentido de la ética y de la moral que se ha pedido en el mundo actual.

Siempre que pienso en políticos honestos me viene a la memoria José Mújica, el ex-presidente de la República de Uruguay que vivió pobremente, como un ciudadano más de su país, y evoco igualmente la figura de un rey carlista de la dinastía proscrita en España, Carlos VII, que dijo aquello de que si el pueblo es pobre, vivan pobremente también el rey y sus ministros.

Algunos hombres de la “nueva política” en las Españas parece que están entrando en esa dinámica limpia, clara y ética. Esperemos que cuando alcancen el poder no se corrompan siguiendo el ejemplo de de sus antecesores de “la casta” y de la “vieja política”. H

*Doctor en Historia. Mimbro del Seminari d’Història Local i Fons Orals de la UJI; del Grup per a la Recerca de la Memòria Històrica de Castelló, y del Cercle Valencià d’Estudis Carlistes