En la Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, el 2 de febrero, celebramos la Jornada de la vida consagrada. En esta ocasión celebraremos también la Clausura del Año de la vida consagrada y el Jubileo de la Misericordia. Recordando la ofrenda y la consagración de Jesús al padre recordamos en este día con gratitud a todas las personas consagradas y oramos por ellas: monjes y monjas de vida contemplativa, religiosos y religiosas y demás personas consagradas: todos ellos se han consagrado y entregado a Dios tras las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, para bien de la Iglesia y de todos los hombres.

Solo puede anunciar de forma creíble la misericordia divina quien la ha experimentado en sí mismo en la contemplación y en el amor entrañable y en el perdón recibido de Dios. Y entonces la anuncia, la proclama, la testimonia y ofrece con su vida. Si el testimonio viene refrendado por la propia vida, íntegra, coherente y fiel, dicho testigo llega a ser más creíble que los maestros. O, mejor, es maestro porque es testigo de la misericordia de Dios en sus obras de misericordia corporales y espirituales.

En este Año Santo de la Misericordia roguemos todos al Señor por todas las personas consagradas de nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón: para que sean testigos infatigables de ese amor en nuestra Iglesia y en nuestro mundo. Que sean profetas y testigos de la misericordia de Dios, que se nos ha manifestado en Jesucristo, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, acogiendo al forastero y asistiendo a los enfermos.

Bajo la protección maternal de María ponemos a cuantos han recibido el don de seguir a Jesús en la vida consagrada para que sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada. H

*Obispo de Segorbe-Castellón