Hace unos días ocurrió algo que me obligó a plantearme la idoneidad de acudir a nuestros hospitales, cosa que nunca había puesto en duda. A pesar de las horas de espera, me pareció siempre la mejor opción, ya que constan no solo de profesionales que atienden tu cuerpo sino en gran parte tu alma, aliviando la ansiedad generada por la demora y la enfermedad con palabras de ánimo y un trato familiar. Al menos, hasta hace unos días.

La madre de una buena amiga mía se encontraba ingresada en el Hospital General de Castellón aquejada de una dolencia leve, pero que debido a su edad y las imprevisibles complicaciones, aconsejaban su permanencia en planta. Estrella, que así se llama mi amiga, llegó al trabajo descompuesta, con los ojos enrojecidos, el rictus tenso y el alma de alfombra. “Ha muerto”, nos susurró, e inevitablemente, todas pensamos en su madre, quedando estupefactas cuando nos aclaró que la fallecida era “la compañera de habitación”, a la que no habían tenido tiempo ni de conocer.

El duelo de Estrella era, sin duda, consecuencia de haber vivido una experiencia traumática. Su dolor era superado únicamente por la indignación de saber que las analíticas de su madre, una vez más, empeorarían, como cada vez que ocurría algo parecido, ya que la tristeza se apoderaba de sus defensas y de alguna manera moría un poco, ya que dudo que el mejor ambiente para recuperarse de una enfermedad sea el que envuelve el dolor y duelo por el ser amado que nos arrancan. Pero no fue esta la razón que más pesó en mi reflexión posterior. Una confesión de ella, desgarradora, me hizo sentir la mayor indignación y, que podía imaginar al respecto.

En un aparte, Estrella, me relató que tanto ella como su madre, en un momento dado, decidieron salir de la habitación, ya que sentían que estaban “violando” la intimidad y el espacio de los familiares de la fallecida, los cuales, debían “sortearlas” para poder acceder hasta su madre, inerte al fin. Imaginar la escena de aquella pobre gente intentando reprimir el llanto noqueadas por el inminente desenlance, mientras dos extrañas, involuntarias espectadoras observaban impávidas, tuvo que ser dantesca, pero sobre todo desagradable para todos. Un momento tan íntimo, si de algo requiere es de intimidad, necesaria para morir dignamente. En este punto entendí a mis mayores cuando expresaban su deseo de morir en casa.

No creo que esté preparada para imaginar el día en que yo o alguno de los míos debamos emprender el viaje último, pero desde luego, de hacerlo, no sería en una fría habitación compartida, donde el dolor y los espasmos se entremezclen con la humillación de saberme “entre extraños” tan asustados como yo.

En ese momento complicado, si algo puede paliar el miedo a lo desconocido y el dolor de dejar a los míos es hacerlo de manera íntima, oyendo la voz tranquila de mi hijo mientras me sujeta con fuerza la mano, tal y como yo suelo hacerlo ahora cuando alguna pesadilla atenaza sus sueños, dejando que los susurros del pasado me acompañen hacia ese futuro incierto, rodeada de la misma dignidad que reclamé para iniciar esta aventura que es vivir, esa que debe acompañarnos durante todo la travesía. Creo que todos debemos luchar por conseguir nuestros derechos, pero sobre todo, debemos vigilar para mantenerlos, ya queeéstos no deberían entran en stand by con con la enfermedad ni extinguirse con la muerte. Una sociedad civilizada no puede permitirse despedir tan abruptamente a sus miembros. Desde COASVECA, estamos trabajando en un proyecto que englobe este sentir, el de no solo vivir con dignidad, si no el de morir dignamente, reclamando a las administraciones competentes una sala donde sean conducidas aquellas personas que habiendo solicitado su uso y llegado el momento del desenlace, puedan despedirse de los suyos de forma tranquila e íntima.

Sabemos que no es tarea fácil, ya que a nadie parece interesarle los problemas de aquellos que ya no cuentan para su censo electoral, pero la desmotivación jamás fue óbice para nosotros, la fuerza de la ciudadanía nació de la creencia de que solo no puedo, contigo, sí y mientras contemos con vosotros seguiremos saltando al ruedo para lidiar éste o cualquier otro morlaco.

Próxima meta: vivir con dignidad, morir dignamente, ¡va por vosotros! H

*Federación Coordinadora de Entidades Ciudadanas de Castellón (COASVECA)