“Desde que comenzó la alerta sanitaria, nuestro volumen de trabajo se ha disparado. En la segunda quincena de marzo llegamos a triplicar el número de servicios habituales, un ritmo agotador que no nos permitía tregua. Ahora estamos en torno al doble de traslados de enfermos al día en comparación a una jornada normal de antes de la pandemia. Recuerdo aquellos primeros días como los más duros de toda mi vida laboral, porque no sabíamos exactamente a qué nos enfrentábamos y la tensión era tremenda. Tanto mis compañeros como yo llegábamos a casa con dolor de cabeza, arcadas y cansancio extremo, además de la sugestión y el temor al desconocer si podíamos habernos contagiado. En muchas ocasiones a lo largo de este tiempo también he sentido que los profesionales de las ambulancias no hemos tenido la misma consideración ni el mismo acceso a elementos de protección individual ni a los test que otros colectivos. Nosotros estamos en primera línea y con contacto con cientos de pacientes contagiados con coronavirus y no siempre hemos podido actuar con todas las garantías. En este aspecto hemos sufrido mucho. Confiamos en que lo peor haya pasado, pero no hay que descartar que haya otro pico a largo plazo, sobre todo si hay desconfinamiento generalizado. En cualquier caso, si hay un rebrote estaremos más preparados y con más medios para afrontarlo”.