Dejas a tu pareja porque dices que necesitas espacio, y cuando quieres volver, es ella la que te da puerta. Rechazas una oferta laboral, te echan de tu trabajo, intentas repescar la propuesta, te dicen que ya es tarde. Convocas unas elecciones porque defiendes que hay que restablecer el orden constitucional en Catalunya, sacas el peor resultado de tu historia. Para algunos, un gesto valiente contra el presunto mal. Para otros, la crónica de un bofetón de vuelta. Fue así cómo, un 21 de diciembre, el gigante Albiol se hizo chiquitín. Fue así cómo el PP consiguió los peores resultados de la historia a este lado del Ebro. Fue así como el Jedi de la España unida dejó de sentir la fuerza.

Un silencio fúnebre ha precedido la comparecencia del candidato popular, que ha dado la cara rodeado de la cúpula del PP de Catalunya y de enormes carteles con el mensaje España es la solución. El símil con la concurrida Guerra de las Galaxias no es baladí, pues en su frase "hemos tenido que luchar contra elementos muy poderosos" dejaba entrever que un lado oscuro ha ensombrecido su larga talla. Quizás sean los efectos del 155, desde Bruselas hasta Estremera; o la sombra de Arrimadas, que les ha engullido como el monstruo de Stranger Things que se cierne sobre las gentes de Hawkins.

El guerrero conservador no ha hincado la rodilla. Sobre su futuro, ni una pista por ahora. Se le han dado buenos abrazos. Sánchez Camacho le ha acariciado la espalda. También se le ha aplaudido. Demasiado por asimilar en una noche en la que los populares han sido los menos populares. El hotel electoral ha sido el de siempre, el Grand Marina, al ladito del mar, no muy lejos del muelle en el que estuvo atracado el Piolín. Con él no empezó todo, pero con él sí empezaron a cambiar mucha cosas. Incluso la fuerza cambió de rumbo. ¿Será España la solución?