Inicio problemático de la legislatura. Pedro Sánchez quiere gobernar a la izquierda con la colaboración indirecta de la derecha. Difícil pero no imposible. Puestos a contar y recontar votos y pese a que la mayoría ya no sea de 176 diputados por la suspensión de los cuatro independentistas encarcelados, no llega a obtenerla en primera votación. Dejemos de lado las mangas y capirotes que hay que hacer para compilar unos apoyos tan dispares como los del PNV, los nacionalistas canarios o un cántabro más un valenciano díscolo. Todo tiene un precio y no es precisamente de su hacienda personal o de partido que el aspirante a revalidar la presidencia lo paga. Una vez obtenido o dado por supuesto el apoyo de Podemos, siguen sobrando votos en contra. Con dos abstenciones, el escollo se podría salvar. Al parecer, el PP estaría dispuesto a conceder estas dos abstenciones de sus socios navarros a cambio del gobierno de la comunidad foral y su capital.

Maniobra de último recurso que podría fallar si el PNV, el principal perjudicado por la pérdida del vecino-hermano, se niega a pagar una factura con la que no contaba. Números precarios, muy precarios. Amarrar la investidura con hilos y filigranas no es lo mismo que construir una mayoría con perspectivas de estabilidad.

La posibilidad, por muchos e influyentes sectores solicitada, de un pacto de legislatura entre el PSOE y Ciudadanos, se ha difuminado. Sánchez, acostumbrado al funambulismo, prefiere tener las manos libres aunque ello lo condene a todo tipo de combinaciones para mantenerse al poder. Rivera no se ha dejado tentar y se empeña en intentar lo que las urnas han revelado imposible, sustituir al PP como partido alfa de la derecha. Descartada la única mayoría estable al alcance, quedaba la posibilidad de llegar a una entente, aunque no fuera cordial, con ERC. La situación no lo permite sin caer en el frentismo y la división de la política hispana en dos bloques. La renuncia de PSOE y Cs a un acuerdo y la prioridad del cordón sanitario al independentismo, aunque sea el bueno o el considerado menos malo, conllevan el retorno al equilibrismo. El objetivo no explicitado pero evidente es gobernar con Podemos con la bendición de la derecha. Por la izquierda hacia el centro. O hacia el centro con Cs si a Rivera no le sale bien la exclusión de Vox en el doble pacto de Madrid con el PP.

Sánchez presiona a la derecha, no en nombre de un ideario y de un programa sino del patriotismo, no sabemos si de partido o de estado. Si no quiere una reedición del famoso gobierno Frankenstein que dependa de los independentistas Casado le debe apoyar a cambio de casi nada, por responsabilidad.

Al mismo tiempo, Sánchez presiona a Podemos. Si Iglesias no quiere ser el responsable de otra repetición de las elecciones o de un viraje in extremis hacia Ciudadanos, debe renunciar a la coalición o al pacto de legislatura. Solo un ministerio salvaría al líder de Podemos ser cuestionado desde dentro. Se ponga como se ponga, no lo obtendrá. Como mucho algún compañero de viaje.

Investidura precaria, legislatura inestable.