Artur Mas ha tardado exactamente dos años en dar un nuevo "paso al lado". Un hombre como él, acostumbrado al poder, aceptó el 9 de enero del 2015 apartarse de la presidencia de la Generalitat, obligado por la negativa de la CUP a investirlo. Este martes ha puesto fin también a su etapa en el partido, que ha controlado de forma tan personal que hasta ha cambiado de nombre. Carles Puigdemont, al que él ungió el día que los antisistema le doblaron el brazo, se queda como único referente del nacionalismo conservador.

La historia política de Mas es la de un agitador inesperado. Nadie podía esperar que este estudiante modelo, que pasó de perfil por las convulsiones políticas de la Transición, se convirtiera en el líder que llevaría al independentismo a la mayoría absoluta en el Parlament. También el que ha provocado un encono social en CataluÑa nunca visto en democracia. Tras cinco años en el sector público, en 1987 se presentó por primera vez en la candidatura de CiU al Ayuntamiento de Barcelona, donde fue elegido concejal hasta que en 1995 pasó a ser diputado. Después de ser 'conseller' de Política Territorial i Obres Públiques y también de Economia, fue 'conseller en cap' en el último mandato de Pujol, que le designó su delfín.

Mas demostró ser también un superviviente. En varias ocasiones se vio obligado a rectificar sus planes, y lo hizo sin despeinarse. Después de ganar contra pronóstico en escaños las elecciones del 2003, pasó una "travesía del desierto" de siete años hasta que en el 2010 desbancó al tripartito y tocó el cielo de la presidencia de la Generalitat. Pero su mandato nunca fue tranquilo, sobre todo por los estragos de la crisis, y eligió la vía de la "audacia" para esquivar las dificultades. En el 2012 convocó elecciones para no depender del PP -que le aprobaba los Presupuestos-, y, prometiendo un referéndum de independencia, perdió 12 escaños y quedó en manos de ERC. Y en el 2015 apostó por el Estado propio, pero los números tampoco le cuadraron y quedó en manos de la CUP, que se cobró su cabeza.

Su influencia en el mundo convergente apenas se difuminó -siguió como presidente del PDECat, que fundó para blanquear los problemas judiciales de Convergència- hasta que tuvo que responder ante los tribunales por el 9-N. Enfrentado ahora en silencio a la 'vía Puigdemont', Mas da su segundo "paso al lado", aunque con él nunca se sabe si la retirada es definitiva.

EL 'PROCÉS' Y LA PRESUNTA CORRUPCIÓN DE CDC

Los últimos años de la carrera política de Mas se han visto salpicados desde dos frentes judiciales, uno relacionado con la presunta corrupción en las filas de Convergència y el otro directamente vinculado con el proceso soberanista que él mismo impulsó.

Sobre el primero, el propio Mas ha ensalzado este martes que su partido se sometió a tal purga que hasta fundó uno nuevo, el PDECat. Pero el pasado persigue a los posconvergentes y a su exlíder, por mucho que él ha insistido en que su dimisión nada tiene que ver con que el próximo lunes se dicte sentencia sobre el caso del Palau de la Música.

El expresidente del auditorio, Félix Millet, y su mano derecha, Jordi Montull, admitieron un trasvase de fondos ilegal. En total, según el fiscal, fueron 6,6 millones de euros los que se desviaron a CDC a través del Palau a cambio de que Ferrovial recibiera la adjudicación de obras públicas. En la época de las supuestas comisiones (2000-2008) Mas fue miembro del Gobierno de Jordi Pujol. Ningún juez lo citó a declarar, como él reitera.

Otra polémica, la del ‘caso 3%’, ese que tanto le afeó a Pasqual Maragall por mencionarlo en el 2005, también le ha acabado golpeando. La investigación comenzó en junio del 2014, con Mas como presidente de CDC. La mancha fue creciendo y las pesquisas se extendieron hasta el punto de que en la causa figuran los extesoreros nacionalistas Daniel Osàcar y Andreu Viloca, así como el exgerente del partido Germà Gordó. Algunos contratos bajo sospecha datan del Gobierno del 'expresident', cuya imagen también sufrió daños colaterales con la implicación de era su delfín, Oriol Pujol, en el 'caso ITV'.

Con todo, la afectación judicial Mas directa a la que deberá enfrentarse Mas será su imputación por rebelión. El juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena lo sumó en diciembre a la lista de investigados por el proceso soberanista. El precedente es el juicio por la consulta alternativa del 9-N, en el que el 'expresident' fue condenado a dos años de inhabilitación. Posteriormente el Tribunal de Cuentas le embargó la vivienda para que hiciera frente a los 2,4 millones de euros que le faltaban para cubrir la fianza por un supuesto mal uso de fondos públicos.