Carteristas de origen magrebí afincados en Barcelona que, según fuentes policiales, se habían radicalizado. Querían dejar la vida de cacos en la calle, atosigando a los turistas, para ser algo más: yihadistas dispuestos a cometer un atentado. Aunque todavía no habían planeado cómo lo llevarían a cabo. Los Mossos d’Esquadra arrestaron en la madrugada de ayer a 17 personas integrantes, presuntamente, de una organización de ladrones de poca monta en cuyo seno crecía el embrión de una célula terrorista.

El caso Alexandria, bautizada con ese nombre porque los sospechosos proceden de países del norte de África -sobre todo de Argelia-, arrancó hace un año y medio, antes de los atentados del 17-A, gracias a una llamada que alertó a la policía catalana. «Nos pusimos a seguirlos entonces y hemos visto durante este tiempo que cinco de ellos estaban convencidos», explican fuentes cercanas a una investigación.

El núcleo duro sobre el que ha situado la lupa la Comisaría General de Información de los Mossos d’Esquadra estaba formado por «tres argelinos, un iraquí y un libio». Los cinco serán trasladados a la Audiencia Nacional, que tutela la investigación, por un delito de terrorismo. «Se encontraban en una fase muy avanzada de radicalización», ha subrayado el conseller d’Interior, Miquel Buch.

LADRONES RADICALIZADOS / El resto de los detenidos, doce personas -de nacionalidad marroquí, egipcia y libia- formaban de la banda, dedicada a robar por la capital catalana, pero no del reducido grupo supuestamente yihadista. Algunos de ellos, no obstante, también están siendo investigados por terrorismo aunque por el momento no han sido trasladados a la Audiencia. Afrontan acusaciones de pertenencia a organización criminal, contra el patrimonio, tráfico de droga y falsificación documental.

Tienen entre 33 años, el más joven, y 44 años, el más viejo. Todos ellos llevan un buen puñado de años residiendo en España pero su arraigo ha sido un fracaso. Viven en pisos modestos, alguno de ellos -como el arrestado en la calle de Sant Cristòfol- incluso han ocupado ilegalmente su domicilio, y se ganan el sustento enredando a extranjeros de visita por Barcelona. Los Mossos calculan que en suma han acumulado 369 delitos, la inmensa mayoría por hurtos. También alguno por tráfico de drogas. «Han mantenido un nivel de vida modesto que no levantaba ninguna sospecha», explican fuentes cercanas a la investigación.

Los agentes del Grupo Especial de Intervención (GEI) entraban a las 6 de la mañana de un piso en el barrio del Born. donde se encontraba uno de los detenidos. Según un compañero de piso, el arrestado no es un terrorista, ya que según él fuma hachís, bebe y no va a la mezquita. Los investigadores mantienen que los 17 arrestados vivían de la pequeña delincuencia pero que cinco de ellos se habían convertido, además, en otra cosa. Estos últimos formaron un núcleo más duro y, a pesar de mantener la actividad delincuencial -robando relojes, carteras y bicicletas (en casa de Rabah había seis del tipo Brompton)-, se radicalizaron por su cuenta. «Comenzaron a descargarse propaganda yihadista» y, a través de internet y sin que conste un enlace directo con el Estado Islámico, «se autoradicalizaron» calentándose ideológicamente hasta estar dispuestos a cometer un atentado. Todavía no habían elegido objetivo ni habían dado un paso logístico claro para cristalizar su voluntad de atacar.

Aparentemente, el estilo de vida delictivo, o sazonado de vicios o gustos occidentales -como beber alcohol, escuchar reggeaton o fumar hachís-, debería estar contraindicado para un yihadista. Sin embargo, Francia ya ha sufrido atentados perpetrados por terroristas con un historial delictivo muy parecido a los detenidos.