H ace poco menos de un mes, Pablo Casado celebró su segundo aniversario al frente del PP. Dos años en los que el político palentino ha ido virando el rumbo del partido –ahora hacia la extrema derecha y las premisas de Vox, ahora hacia el centro– descolocando al electorado y a sus propias filas. La radicalidad que esgrimió en sus primeros meses al frente de la formación, tras suceder a Mariano Rajoy, parece no haberle dado a Casado buenos resultado.

Así, el pasado lunes, tras meses de idas y venidas, escapadas a los extremos ideológicos y regresos a la centralidad, Casado quiso consumar, al menos cara a la galería, su compromiso con una estrategia política menos agresiva, más propositiva y que deje atrás el ruido de los últimos plenos del Congreso. Destituyó a Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en la Cámara baja para colocar a Cuca Gamarra, un perfil mucho más amable. La victoria de Casado en las primarias del PP en julio del 2018 coincidió con las primeras señales del auge de Vox. La formación de extrema derecha daría la campanada apenas unos meses después en las elecciones andaluzas. El recién elegido líder conservador optó por confrontar con Santiago Abascal y radicalizó la posición de su partido para evitar la fuga de votos hacia los ultras. Un error que, más tarde, en la campaña de los comicios generales de abril del 2019, trató de enmendar después de que un estudio sociológico encargado por su equipo señalara su extremismo como una de las causas del hundimiento del PP. Desde entonces, Casado ha tratado de moderar su discurso. Una tarea en la que no le ha ayudado Álvarez de Toledo.

Su salida se precipitó, según explicó ella misma el lunes, tras una entrevista en El País en la que apostó por un Gobierno de concentración «constitucionalista», reprochó a Juan Carlos I su salida de España y acusó a la cúpula del partido de invadir las competencias del grupo popular en el Congreso. Un discurso que parece no coincidir con la nueva estrategia escogida por Casado. H