Catalunya ha entrado en el invierno a las 17.28 horas de este 21 de diciembre. La estación más ruda del año ha echado a andar mientras un gentío nunca visto antes se arremolinaba en torno a las urnas para propinar una patada al tablero político sin la suficiente fuerza como para darle el finiquito al proceso independentista. Ciutadans, partido nacido en el teatro Tívoli de Barcelona hace apenas 12 años, se ha anotado el hito de ser la primera formación no nacionalista catalana que gana unas elecciones autonómicas en escaños y en votos.

Pero las huestes secesionistas, aun diezmadas por la situación judicial de sus candidatos, han aguantado la mayoría en el Parlament contra el viento del 155 y la marea naranja. El procés ha perdido su segundo plebiscito: 70 escaños (dos menos) y el 47,5% de los votos (tres décimas menos). Y el partido antiprocés por excelencia le ha arrollado. Pero no hay mayoría alternativa alguna a la independentista que sume 68, pese a que el bloque constitucionalista ha escalado de 52 a 57 diputados y solo se ha quedado a cuatro puntos de los secesionistas.

INVESTIDURA IMPOSIBLE

La de Arrimadas ha sido una victoria pírrica, de aquellas que se cosechan laboriosamente pero terminan provocando un daño superior en el vencedor que en el vencido. El millón largo de papeletas que ha recabado Ciutadans le han resultado del todo estériles para esta joven abogada de raíces andaluzas que difícilmente se lanzará a la titánica tarea de forjarse apoyos para una investidura simplemente imposible. Ni siquiera convenciendo a los comuns de que hiciesen piña con todos los constitucionalistas podría convertirse en la primera presidenta de la Generalitat.

En las primeras reacciones de los partidos, casi de madrugada ante la lentitud en escrutar las elecciones con más participación de la historia (cerca del 82%), se esbozaba ya el horizonte más inminente. El constitucionalismo y los comuns reconocieron tanto su derrota como la imposibilidad de romper la solidez del bloque independentista, por lo que se situaron sin paños calientes en la oposición.

Además del sentimiento de derrota colectiva pese al crecimiento en votos, tres de las cuatro fuerzas no independentistas se han llevado su propio chasco: el PSC de Miquel Iceta se ha quedado lejos de sus expectativas y tan solo ha podido sumar un escaño; el talismán colauista ha sido inocuo para Catalunya en Comú-Podem, que se ha descalabrado hasta niveles de los primeros años de ICV; y el PPC ha pagado en solitario una carísima factura por el 155 y tantos años de cerrazón al diálogo. Los populares tendrán que convivir con la CUP en el grupo mixto del Parlament y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se las verá ahora en el Congreso con un Albert Rivera más que crecido.

MÁS VOTOS QUE EL 1-O

El independentismo, en cambio, ha sacado al exterior toda la rabia política contenida desde el pasado 27 de octubre, día de la fracasada DUI. La suma de Junts per Catalunya, ERC y la CUP ha superado de largo los dos millones de papeletas y también los votos del sí en el 1-O. Sin embargo, el parto de la investidura que les espera será del todo menos sencillo. Para empezar, contra todos los pronósticos demoscópicos, el exiliado expresident Carles Puigdemont ha batido al encarcelado exvicepresidente Oriol Junqueras y es, por tanto, el señalado para formar Govern. Pero, ¿cómo lo hará desde Bruselas? Podrá recoger su escaño a distancia y negociar en posición de ventaja con una ERC que se las prometía felices sondeos en mano y con una CUP que tuvo que disimular con su forzada oda a la república haber perdido más de la mitad de sus diputados.

Ahora bien, con la amenaza de la detención en cuanto pise suelo español, Puigdemont no podrá participar ni mucho menos en ningún pleno. No podrá votar su propia investidura, por lo que todo apunta a que el bloque independentista deberá pensar en un president alternativo al ungido en su día por Artur Mas.

Si este obstáculo ya será de por sí complejo, el acuerdo sobre la nueva hoja de ruta se antoja tormentoso si la CUP se obstina en el camino de la desobediencia. Caer de nuevo en las tentaciones unilaterales puede dar a Rajoy argumentos para prorrogar el 155 sine die, pero apostar por el diálogo puede poner en riesgo el apoyo de la CUP. Un recambio podrían ser los comuns, pero la idea de investir a un president posconvergente actuará a buen seguro como freno.