Hasta los más conspicuos publicistas de la narrativa secesionista reconocen que los síntomas de deterioro en el independentismo catalán son de tal entidad que más pareciera que los partidos que lo integran hubieran perdido las elecciones del pasado 21-D. Porque todo lo que ganaron en aquellos comicios -mayoría absoluta parlamentaria en una suma de factores demasiado heterogénea- lo están perdiendo en el pospartido electoral.

A medida que transcurre el tiempo sin un horizonte de gobernabilidad en Cataluña, las opciones del separatismo disminuyen. El bloque que impulsó el procés parece irreversiblemente cuarteado. Dentro de JxCat se ha declarado una guerra de bandos -los diputados legitimistas contra los exconvergentes y a la inversa-, en ERC se percibe una falta de determinación representada por los vaivenes de Roger Torrent y la CUP ejerce un papel que antepone su arbitrismo ideológico y táctico a los intereses a que, con tanto énfasis, apelaba el relato del proceso.

Si no fuera porque la continuidad de las medidas del 155 impide al Gobierno negociar abiertamente los presupuestos con el PNV, el actual sería el mejor escenario para el Estado: la deriva hacia el colapso del proyecto independentista catalán.

Un colapso que está coincidiendo, con un desplome del interés de la opinión pública española hacia la cuestión catalana según el último CIS y que considera cada día más inverosímil la secesión. Lo que se corresponde también con el último barómetro de CEO de la Generalitat según el cual el sí a la independencia estaría en el 40,4%, siete puntos por debajo de la suma de porcentajes de voto obtenidos por los partidos independentistas (47,5%) el pasado día 21-D

Desistimiento colectivo

Los partidos constitucionalistas y el Gobierno comienzan a barruntar que, de persistir esta erosión en el bloque independentista, la entidad del apoyo a los partidos que propugnan la república catalana sería reversible. Podría estar ocurriendo en Cataluña un fenómeno de cierto desistimiento colectivo ante una clase política segregacionista que no da la talla. En 2006, el 37,3% optaban por la autonomía y sólo el 14% por la independencia. En 2010, el secesionismo saltó al 25,2% y en 2012 el 44,3% era partidario en Cataluña del Estado independiente, todo ello según datos del CEO. Después, en las elecciones de 2015 y en las de 2017, la suma del independentismo en voto popular llegó a más del 47%. Justamente esta inflamación separatista es la que parece remitir ante el espectáculo de improvisación, personalismos y enfrentamientos en las filas de los soberanistas.

Ni Puigdemont ni el grupo de sus irreductibles, ni la CUP, parecen querer y saber enfrentarse a la realidad de que el Estado se ha impuesto y que los tribunales de Justicia predeterminan el comportamiento no insurgente, es decir, dócil, de los líderes del procés que actúan bajo la espada de Damocles de imputaciones penales muy graves. Por su parte, el esfuerzo de los republicanos por tratar de superar la etapa anterior y entrar en otra que permita la recuperación de las riendas de las instituciones autonómicas, resulta baldío.

De esta situación de marasmo se derivan dos consecuencias. Por una parte, el conjunto de España ha recuperado su ritmo estableciendo una nueva jerarquía de preocupaciones como se acaba de demostrar con la histórica movilización el 8-M de las mujeres y, de manera constante, de los pensionistas. Por otro, la propia sociedad catalana ha decidido asumir la responsabilidad de evitar un mayor deterioro del país. Así, el próximo día 21 se celebrará en la capital de Cataluña la Barcelona Global Summit, una iniciativa impulsada por más de 130 empresas, centros de investigación, escuelas de negocios, universidades, instituciones culturales y 750 profesionales. Vuelve la burguesía barcelonesa para recuperar la marca de la ciudad.

Relanzar Barcelona

Atención a esta resucitación de la iniciativa privada catalana que quiere relanzar la ciudad de Barcelona, desestacionalizar la oferta turística y propugnar una nueva fiscalidad que revierta positivamente en la ciudad. La facturación hotelera bajó un 13% en octubre, los establecimientos debieron bajar hasta un 20% sus precios antes del Mobile World Congress y se perdió, lamentablemente, la Agencia Europea del Medicamento. La preocupación es lógica. Hay catalanes que no quieren que Cataluña colapse porque lo hagan los dirigentes del independentismo. Se trataría de demostrar con esta cumbre que, incluso simpatizantes del proceso soberanista -y los hay muchos en esta Barcelona Global Summit-, no están dispuestos a esperar a que las disputas mezquinas de los separatistas continúen deteriorando las posibilidades de bienestar de la ciudad. Este regreso es la mejor de las noticias después de constatar que ya han durado demasiado las cuentas y los cuentos de la independencia que tan bien describieron Josep Borrell y Joan Llorac en el libro de ese título que se está revelando como premonitorio.