Consciente de que sería atacado por la situación en Cataluña, Pedro Sánchez trató de vacunarse desde el principio con el anuncio de tres medidas de choque para encauzar la crisis: una nueva asignatura de valores constitucionales; una ley audiovisual que evite la manipulación de entes autonómicos, y modificar el código penal para impedir referéndums ilegales.

Fue un buen golpe de efecto, pero no neutralizó a los otros candidatos. Pablo Casado le preguntó con insistencia si Cataluña es una nación. Como no logró respuesta, concluyó que Sánchez está incómodo porque necesitará pactar con los independentistas tras el 10-N. «Está maniatado, no puede presidir el Gobierno de España una persona que no cree en la nación española», sentenció el candidato del PP.

Albert Rivera exhibió un adoquín de una acera de Barcelona como metáfora de la «amenaza a la democracia» y dos listados, en azul y en rojo, con las cesiones a la autonomía catalana que, dice, se deben revertir. Exigió el 155.

Pablo Iglesias defendió la plurinacionalidad y el diálogo. Criticó la competición de sus rivales para ver quién propone mayor dureza. Santiago Abascal defendió la suspensión de la autonomía, ilegalizar a los partidos independentistas y procesar a Quim Torra. Casado, Rivera y Abascal responsabilizan a Sánchez de la violencia en Cataluña. I. MÁRMOL