Pedro Sánchez no vio venir la crisis del coronavirus. Tampoco otros. Ni el Gobierno, ni la oposición, ni los presidentes autonómicos, ni la UE, ni la OMS, que tuvo que pedir disculpas por admitir, sí, demasiado tarde, que estábamos frente a un monstruo semejante. Repasar la hemeroteca desde enero es un ejercicio de retrospectiva irritante. Mientras el coronavirus avanzaba desde China, nuestra latitud la política vivía pendiente de los pactos de investidura, del España se rompe por dialogar con la Generalitat, de una coalición "con comunistas!". Cuando la enfermedad saltó a Europa, ya en febrero, los partidos tampoco estaban atentos. Sánchez se reunía con Quim Torra, el PP negociaba con Cs para ir juntos a las elecciones en Euskadi y Galicia, la oposición se rasgaba las vestiduras por escándalo del 'caso Delcy', el president se las rasgaba por quedarse sin escaño y anunciaba comicios catalanes 'sine die'.

En enero poco se podía prever. Pero en febrero ya había señales de alarma que el mundo ignoró. Fue un mes perdido. Todo lo que se hizo después, como una vez el Titanic hubo impactado con el iceberg, era contener los daños y organizar los botes para un rescate incierto.

Leer las declaraciones de los dirigentes políticos esos días es de digestión complicada. Salvador Illa, ministro de Sanidad, 28 de enero: "España está preparada para lo que pueda venir". Ni siquiera cuando la OMS rectifica y lanza la emergencia global, el 30 de enero, las administraciones parecen reaccionar. Fernando Simón, director del centro de coordinación de alertas y emergencias sanitarias, 31 de enero: "La enfermedad sigue sin ser excesivamente transmisible". Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, 8 de febrero: "¿Alguien piensa que si yo creyera que hay riesgo no estaría haciendo alguna cosa? Seríamos los primeros en pedir medidas".

Irrealidad

Quizá la reflexión de la alcaldesa sintetiza esa etapa: parecía irreal. Esa sensación arraigó tanto que la anulación, el 12-F, del Mobile World Congress provocó más recelo que comprensión. Según el Gobierno, la decisión se toma sin que exista "ninguna razón de salud pública". A Pablo Casado, que se reúne con Sánchez tres días después, no parece preocuparle el asunto. El coronavirus sigue pareciendo algo lejano hasta que la OMS advierte al mundo que se prepare para la para una posible pandemia, pero ni siquiera recomienda restricciones en los viajes. Es el 24-F.

Sanidad anuncia medidas preventivas en aeropuertos. Illa reúne a los consejeros y se acuerda practicar pruebas a los pacientes ingresados con enfermedades graves. Silencio desde la oposición. Casado está en su bronca con Alfonso Alonso. Inés Arrimadas en su pugna con Fracisco Igea por la presidencia de Cs.

Las señales se precipitan. Las decisiones no. El 2-M Casado muestra su confianza en la gestión. Nada parece rechinarle. "Nosotros estamos siendo muy leales y responsables con el Gobierno, porque en eso tenemos que ir juntos", dice. El primer muerto en España por coronavirus llega al día siguiente y se desata el pánico en las bolsas, pero Illa dice que "no ha cambiado el escenario". El día 7 se decreta el primer confinamiento en Haro (La Rioja).

9-M, el 'shock'

El Gobierno ha explicado que es el 8 de marzo, por la noche, cuando los datos revelan la magnitud del drama. España, ahora sí, despierta. Y es entonces cuando los partidos compiten para reaccionar. La gran oleada de contagios se ha producido ya. Lo más que puede intentar el Ejecutivo es amortiguar el golpe. Y eso intenta, pero no hay medios sanitarios, el mercado internacional es un bazar persa y la reconversión de la industria para el autoabastecimiento tardará semanas en activarse.

El lunes 9 Sánchez se pone al frente: preside el comité técnico para el coronavirus y anuncia un plan de choque que el Gobierno, dice, prepara desde hace "un par de semanas". ¿Hacía dos semanas que tenían datos de la catástrofe que se avecinaba? A la misma hora, Casado comparece para proponer diez medidas. Dice haber "estado esperando por prudencia y lealtad".

Todo se acelera. El presidente llama a la oposición. Se decreta el cierre de los colegios en Madrid. El Consejo de Ministros aprueba un primer plan de choque con medidas básicas. Sánchez anuncia "semanas duras" y "decisiones proporcionales". El impacto económico, dice, "será contundente pero transitorio".

Cuando la OMS declara la pandemia, al día siguiente, el Gobierno se convierte en el blanco de las críticas: PP, Vox, la Generalitat catalana y la Comunidad de Madrid aseguran que Sánchez llega tarde. Exigen material, piden más ayudas. Casado cumple la promesa que hizo tras las elecciones autonómicas de convertir a Isabel Díaz-Ayuso en el ariete conservador contra el Ejecutivo. Florecen los 'sabiólogos'. El "yo ya lo dije", el "esto no vale".

Debilidad

El segundo paquete de medidas, con 2.800 millones de anticipos a cuenta a las comunidades, parece una gota de agua en el desierto. La crisis no tiene precedentes, es cierto, pero las críticas constantes, el pánico en las bolsas y el número de casos, que se dispara, empieza a forjar la imagen de un Gobierno desbordado frente a una sociedad que pasa de la perplejidad al enfado.

Torra, que lo detecta, decreta por su cuenta algo que no puede implementar, el cierre de las fronteras catalanas, el 13-M por la noche, mientras el Ejecutivo está preparando el decreto de alarma que establecerá el confinamiento de toda España.

Cuando Sánchez comparece el sábado 14-M por la noche, después de un Consejo de Ministros que dura siete horas por las discrepancias con Iglesias, parte de la población percibe debilidad en el Gobierno. A pesar del trabajo a contrarreloj y de esfuerzos ímprobos por conseguir material sanitario el Ejecutivo empieza a consolidar en esas horas el que quizá es el gran error que era evitable: no transmite certidumbre. Esa sensación sigue cuando el Consejo de Ministros valida más ayudas, 200.000 millones, y cuando el Congreso aprueba el decreto de alarma. El Gobierno no consigue afianzar una imagen de fiabilidad.

Cuando, tras una semana de confinamiento, el presidente comparece, sábado y domingo, parece abatido. "Hay que saber ponderar", "estamos en la vanguardia en medidas de confinamiento", argumenta.

Tampoco los socios ayudan. Podemos, que ha quedado excluido del comité de gestión de la crisis, trata de hacerse visible con un pie en el Gobierno y otro en la oposición: filtra varios borradores para forzar a aplicar medidas de sello morado. Los canales afines a Podemos distribuyen una viñeta de Iglesias con la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, mangas arremangadas, bíceps hinchados, echando un pulso. El pueblo frente a los tecnócratas. Lo social frente a las élites. Iglesias siempre ganó esa batalla. ¿Por qué no iba a ganarla ahora?

Semanas negras

Sánchez acumula errores en dos semanas negras. Acude al Congreso a pedir la prórroga del estado de alarma y rechaza el cierre total de la economía. Tres días después, recula y anuncia el cerrojazo. ¿Por qué no dijo en el pleno que lo estaban estudiando? No explicarlo aumentó la imagen de vacilación. El caos para redactar el decreto, que llegó al BOE poco antes de medianoche y con moratoria sorpresa, potenció la idea de confusión.

Partidos, presidentes autonómicos y empresarios, que incomprensiblemente no habían sido informados, elevaron las críticas. Llovía sobre mojado: el error en la compra de test defectuosos a China causó sensación de ridículo. La falta de protección para los sanitarios generó indignación. El escándalo de las muertes en residencias de ancianos agravó la imagen de descontrol. Incluso el rechazo insolidario de la UE a los coronabonos contribuyó a desnudar al Gobierno en un momento dramático: mientras el país rozaba el pico de contagios, con las ucis al borde del colapso y sin horizonte claro para el final del confinamiento.

¿Por qué no se buscó antes una alianza con la oposición? ¿Por qué no hemos visto al Sánchez humano, arremangado, con pilas de informes, dándo órdenes, cansado, cabreado, explicando escenarios, dirigiendo el país en sus horas más negras?

"Hemos cometido errores debido a circunstancias excepcionales", admitió Illa el jueves, para subrayar lo obvio: nadie tenía el manual de instrucciones para la distopía que acechaba.