Existe cierta coincidencia entre los banqueros que estos días han estado presentando los resultados trimestrales de sus respectivas entidades. «No estamos percibiendo esa desaceleración tan clara que se percibe a nivel social y de los medios», dijo el lunes el consejero delegado de Bankia, José Sevilla. La misma idea transmitió unos días después su homólogo en el Santander, José Antonio Álvarez, pero luego advirtió de que los malos indicadores adelantados de confianza y de pedidos industriales obligan a ser cautos.

Parece que la crisis no está, pero se la espera.

En abril, ante las elecciones del 28-A, el panorama era distinto. La desaceleración se interpretaba como parte natural del ciclo. La crisis no estaba en el radar.

El año había empezado con un primer trimestre acelerado, creciendo el 0,7% (luego ha sido corregido a la baja por el INE, al 0,5%). Europa formalizó en marzo la salida de España del procedimiento por déficit excesivo y aunque el Gobierno mantenía en abril su previsión de crecimiento del 2,2% para el 2019, organismos como el Banco de España se preparaban para revisarlo al alza, hasta el 2,4%, en junio.

Tras el verano, llegó el pesimismo se instaló en las perspectivas. El FMI proyecta para la economía mundial su menor crecimiento desde la crisis financiera y el Banco de España ha recortado su previsión de crecimiento al 2% para este año y al 1,7%, para el próximo. El Gobierno lo ha bajado una décima, al 2,1% y el 1,8%.

El frío llega de afuera y entra por las ventanas abiertas de la economía española. El contexto internacional, con las tensiones comerciales (y su afectación sobre las exportaciones y la industria) y la expectativa del brexit es la principal fuente de incertidumbre. También, las dificultades de la industria europea del automóvil y la amenazante desaceleración en China. Ahora, además, empieza a crecer otra potente bola de nieve de evolución incerta, por los estallidos sociales en Latinoamérica.

Y en el salón de la economía doméstica, los fundamentos están algo mejor que en el pasado, pero persisten algunas debilidades. La deuda pública sigue cercana al 100% del PIB (98,9% del PIB). El paro sigue en el entorno del 14% (13,92% ) y la población en riesgo de pobreza o exclusión social se mantiene por encima el 26%. Estos datos hacen pensar que la desaceleración económica ha llegado antes de haber terminado de ‘reparar el tejado’.

La palabra crisis se ha instalado también en el de los políticos en campaña electoral.

El propio Pedro Sánchez, ya hace uso de ella. Siquiera para prometer que el PSOE será capaz de afrontar una futura crisis sin la política de recortes que practicó el PP de Mariano Rajoy.

A Pablo Casado, el riesgo de una crisis sirve para prevenir contra la falta de previsión de que hizo gala el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ante la gran recesión del 2008.

El contexto económico es mucho más sombrío ahora que en abril, pero los programas económicos de los partidos son exactamente los mismos.

El PP de Pablo Casado condensa su receta para impulsar el crecimiento económico en una «revolución fiscal» mediante una rebaja de impuestos de 16.000 millones de euros con la que espera estimular el consumo y la inversión y la creación de 300.000 puestos de trabajo adicionales. Si existen dudas sobre que una rebaja de impuestos pueda servir para aumentar los ingresos, mucho más en un contexto de mayor desaceleración económica. Pero el PP no ha movido una coma respecto de su programa de abril.

El PSOE aboga por una «fiscalidad más justa» mediante unas subidas fiscales para patrimonios elevados, grandes empresas, sector financiero y empresas tecnológicas con las que poder aumentar los recursos para profundizar en las políticas sociales y en el impulso de un nuevo modelo productivo basado en la transición energética. El reto, ahora, es cómo modular estas subidas tributarias a las empresas y la transición energética sin dañar las perspectivas de empleo, como sucedió con el anuncio precipitado del fin del diésel en el automóvil.

En lo esencial la inspiración económica del PP engancha con las propuestas de Cs y de Vox. Por su parte, las del PSOE conectan con las de Podemos y Más País. Distinto contexto, mismos programas.