Tras las elecciones municipales de 2015, donde las alianzas y pactos ya se presentaron como indispensables para hacer posible el nuevo mapa político que poco a poco se iba dibujando en España, el presidente y líder del PP, Mariano Rajoy, telefoneó al jefe de Ciudadanos, Albert Rivera, para terminar de cerrar un acuerdo gubernamental entre sus partidos en un relevante ayuntamiento andaluz: el de Granada. Doce meses después, nada es lo que era. El alcalde granadino ya no es popular, sino socialista y la relación entre Rajoy y Rivera es mucho más fría, tensa, protocolaria, prácticamente inexistente, según fuentes de sus respectivos entornos. Un factor clave para lo que pueda venir tras las elecciones del 26 de junio, en las que el PP cuenta con sumar algún escaño a los 123 con los que contaba en diciembre y C’s a alcanzar la barrera de los 50 diputados.

Lo acaecido en Granada hace apenas unas semanas sirve de guía. El alcalde que logró revalidar su cargo gracias a aquel acuerdo sellado telefónicamente en la primavera del pasado año, José Torres Hurtado, fue obligado a dimitir al resultar investigado (imputado) en una trama de corrupción urbanística. La situación provocó que el partido de Rivera -que pretende hacer bandera de la regeneración política- girara bruscamente y prestara sus apoyos a un socialista, Francisco Cuenca, para que desde el pasado 4 de mayo ocupase esta alcaldía. Eso, pese a la presión recibida por parte de los conservadores para que se favoreciera la elección de cualquier otro miembro del PP que no fuera Hurtado.

Y pese a las conversaciones mantenidas entre dirigentes populares y ‘naranjas’ como Fernando Fernández Maillo y José Manuel Villegas en torno al ‘caso Granada’. Pero esta vez Rajoy no cogió el móvil para tratar de convencer personalmente a Rivera. Ya no había ‘feeling’. Ni una necesaria confianza que se ha ido derritiendo, día a día y ante testigos, en los cuatro meses transcurridos desde las elecciones del 20 de diciembre hasta la disolución de las Cortes tras declararse fracasada la legislatura.

LA CORRUPCIÓN Y EL DESPRECIO

Es llamativo el distanciamiento entre dos líderes políticos que según los cálculos que hacían la mayoría de analistas antes del 20-D y, actualmente, con la vista puesta en las nuevas generales de junio,parecían obligados a entenderse por su supuesta cercanía ideológica en el campo del centro-derecha. Desde las filas populares se incide en que es “demasiado complicado, por no decir un milagro” mantener siquiera las formas ante alguien que “pideconstantemente tu cabeza”.

Es cierto: Rivera no se cansa de advertir que Rajoy no puede ser el próximo presidente de una España que necesita ser limpiada decorrupción, cuando no “ha sabido limpiar” su propio partido. Añade con intención que ve harto difícil entenderse con él (alto precio le pone de entrada a sus potenciales escaños), pero no tanto con un PP “renovado”. Inevitablemente el "paso al lado” que la CUP obligó a dar a Artur Mas en Catalunya salta cual resorte en la memoria cercana. Lo que presagia que si la victoria que los sondeos auguran a los populares no es rotunda, el proceso postelectoral puede ser algo más que intenso.

LA FIESTA DEL 2 DE MAYO

En Ciudadanos, por su lado, se destaca el desprecio con el que se ha tratado desde el PP a su jefe, llegando incluso “al insulto”, especialmente desde que optó por votar “sí” en la fallida investidura de Pedro Sánchez. De hecho parece que hay consenso en ambas formaciones en que aquel debate de investidura del 2 de marzo marcó un punto de inflexión en la relación Rajoy-Rivera. Previamente habían tenido reuniones en la Moncloa o el Congreso, bien en torno a Catalunya, al yihadismo o posibles pactos gubernamentales. “Hasta ahí todo había ido más o menos bien”, se apunta desde ambos lados. Pero los naranjas señalan que Rivera quedó impresionado y marcado por la“beligerancia” con la que hacia él se refirió aquel día una bancada popular que recibió su mensaje al grito de “niñato” o “traidor”. Los conservadores tampoco olvidan las palabras que el líder de C’s dedicó ese día a su presidente, en las que públicamente puso en duda que alguien pudiera “fiarse” de él tras cuatro años de muchos recortes y poca reforma y por primera vez sugirió en público su marcha.

Las cosas desde entonces no han mejorado. Coincidieron en losfestejos organizados en la comunidad de Madrid por la popular Cristina Cifuentes (amiga de Rivera, por cierto), y casi ni se saludaron. Un detalle que se convirtió en pasto de los ‘corrillos’ que se formaron ese día en la recepción en la Casa del Reloj. Obviamente no por el trasfondo personal, que a pocos importa, si no por cómo pueda ayudar o más bien dificultar esa tensión a unas futuras e hipotéticas negociaciones en el mes de julio.