En febrero de 1918, un mes después de presentar sus célebres Catorce Puntos, una serie de principios para reorganizar el orden internacional y prevenir otra guerra mundial como la que entonces desangraba el planeta, el presidente Woodrow Wilson enunció una idea que no ha dejado de resonar alrededor del mundo. “Las aspiraciones nacionales deben ser respetadas. Es hora de que los pueblos estén gobernados y dominados por su propio consentimiento. La autodeterminación no es una mera frase, es un principio de acción imperativo”, dijo Wilson ante las dos cámaras del Congreso. Aquel principio fue más tarde adoptado por las Naciones Unidas para convertirse en uno de los pilares del derecho internacional moderno, aunque comúnmente se ha restringido a los territorios coloniales y a aquellos donde se violan gravemente los derechos fundamentales.Y ni siquiera Estados Unidos ha sido consecuente con el idealismo wilsoniano y el derecho de los pueblos a decidir su futuro.

Prácticamente desde su formulación, las potencias vencedoras de la primera guerra mundial se negaron a conceder la autodeterminación a sus colonias. “Podríamos decir que, de forma hipócrita, la autodeterminación solo se aplicó para romper las fronteras de los perdedores, como el imperio austrohúngaro y el otomano”, explica el politólogo de la universidad de Dartmouth, Jason Sorens. “Cuando Irlanda invocó el mismo principio para separarse del Reino Unido, Washington le negó su respaldo”. El derecho internacional no prohíbe la secesión. Ni siquiera cuando es unilateral. Pero tampoco obliga a los Estados a reconocerla. Eso ha hecho que hayan sido las circunstancias históricas y los condicionantes políticos los que han marcado la postura de EE UU hacia los movimientos independentistas.

Contradicciones americanas

Su propia historia es contradictoria. Washington fue a la guerra contra el Reino Unido para declarar su independencia, pero un siglo más tarde aplastó sin miramientos la secesión de los estados sureños. Ahora tendrá que mirarse nuevamente en el espejo. El lunes hay convocado un referéndum en el Kurdistán iraquí. Y el 1 de octubre está previsto que se repita el mismo escenario en Catalunya. Ninguno de los plebiscitos ha sido autorizado por los respectivos gobiernos centrales, que los han declarado inconstitucionales. En el caso kurdo, Washington se “opone firmemente” a su celebración y ha instado a las partes a negociar. En el caso catalán, ha dicho que es un “asunto interno” de España y, aunque una portavoz del Departamento de Estado sugirió que se reconocerá el resultado, la postura debería aclararse cuando Rajoy visite la Casa Blanca el martes.

El politólogo canadiense Jonathan Paquin ha estudiado la posición estadounidense hacia los movimientos secesionistas desde la caída del Muro de Berlín. “Si hay alguna consistencia en su postura es que una y otra vez busca el posicionamiento que más favorezca a la estabilidad regional”, afirma en una entrevista telefónica. Por regla general, explica, Washington tiende a oponerse a las secesiones unilaterales, aunque con alguna excepción, como la de Kosovo, que llegó tras un cúmulo de atrocidades perpetradas por las fuerzas serbias contra la minoría albanesa. En cambio, es más proclive a reconocer las constitucionales, aquellas que se derivan de un pacto con el gobierno central, como pasó con Sudán del Sur.

En cualquier caso, podría argumentarse que su instinto es reacio a los cambios en el mapa. Bush padre se opuso inicialmente a la ruptura de la Unión Soviética y Yugoslavia. Clinton animó a los ciudadanos del Quebec canadiense a votar 'no' en el referéndum de 1995 y se opuso un año después a la independencia de Chechenia tras el final de la primera guerra con Rusia. En el caso de Barack Obama, instó a los escoceses a que preservaran una Gran Bretaña “fuerte, robusta y unida”. Algo muy parecido a lo que dijo respecto a España.

Aliados ordenados

“A EE UU le gustan poco los movimientos secesionistas porque tienden a crear inestabilidad y porque le recuerdan lo que pasó en su guerra civil. Quiere asegurarse de que sus aliados son estables, especialmente los de la OTAN, como es el caso de España”, asegura Paquin, autor de ‘Un poder en busca de la estabilidad: la política exterior de EE UU y los conflictos secesionistas’.

El Congreso tiende a simpatizar bastante más con los movimientos independentistas que el poder Ejecutivo, pero en la práctica no sirve de mucho porque el reconocimiento de los nuevos estados es una prerrogativa del presidente.