Con la parka empapada y un sobre que traía de casa casi deshecho por la humedad, Isabel Tresserra trataba de depositar nerviosamente su voto en la urna de la Escola del Treball, en el Eixample izquierdo. A sus 94 años, había aguardado casi tres horas bajo la lluvia para llevar su ‘SÍ’ hasta el final. Frágil y menuda, esta anciana aceptó un sobre nuevo y pareció hacerse más grande en cuanto logró votar, un esfuerzo tal vez en vano, pero cargado de simbolismo. “'Ja hem dit la nostra'”, le felicitó un vecino de generación, sin ocultar su emoción. Como ellos, miles de personas mayores sacaron fuerzas de donde casi no las había movidas solo por su gran sueño.

En el distrito con más población de edad avanzada de la ciudad, ir a votar dentro del Recinte de l’Escola Industrial -entre otros- ha sido un gesto épico para estos vecinos. Es el punto con más censo de Cataluña y como tal se organizó una trinchera enorme para garantizar su apertura. Pero hasta las 10.30 horas aproximadamente no se pudo empezar a votar, mientras miles de personas esperaban estoicamente. La presencia de ancianos era tan numerosa que finalmente se decidió abrir un pasillo para darles paso al interior, mientras se resolvían los impedimentos técnicos, antes de que alguno desfalleciera.

Verles desfilar insufló ánimos a la tropa. Una lección de paciencia al cuadrado. “Hace 300 años que espero para votar”, ha dicho Ramon Solà tras lograrlo, a sus 89 años y tres horas y media después de llegar al recinto. Con su mujer, de 85 años, explicaba que ha sido “uno de los días más bonitos” de su larga vida. Su padre fue a la cárcel en 1901 por una ofrenda floral a la estatua de Rafael Casanova y su hijo también fue represaliado por hacer pintadas en un monumento franquista.

La fe moviendo montañas ha llevado también a Dolors Trias, con esclerosis múltiple y en silla de ruedas, a llegar a la escuela sobre las cinco de la mañana, cuando llovía copiosamente, provista de fruta con la que obsequiar a las decenas de personas que han acampado dentro. Seis horas después votaba, emocionada, recordando cuando se tuvo que exiliar a Cuba con su familia varios años. “He venido dispuesta a ponerme delante de todos si llega la policía”, ha prometido.

FALLO INFORMÁTICO Y HELICÓPTEROS

El tesón de tantos mayores no ha decaído ni cuando se ha anunciado que al no presentarse los vocales destinados a las 17 mesas era necesario reclutar 80 personas urgentemente y enseñarles la operativa de voto. Tampoco se ha diluido cuando un voluntario ha explicado que el sistema informático fallaba y habría que seguir esperando, con los helicópteros sobrevolando la zona. Ni cuando se difundían vía redes sociales imágenes de intervenciones policiales en otros centros. El miedo, en el fondo de sus estómagos, quedaba relegado por la emoción en sus corazones. “He votado por mí y por todos los que se me han quedado por el camino”, ha confesado Joana Cotet, de 82 años, cansada de “esperar demasiados años”, y arropada por su hermano y cuñada, de su quinta.

Para Pilar, a punto de cumplir los 100, aquel era el regalo que “siempre había esperado”. Ni quiso la silla que le ofrecían; las ganas de alcanzar la urna podían más. “No importa lo que pase después porque el pueblo de Cataluña ha hablado y al final tendrán que escucharnos”, decía entre lágrimas. A esas alturas cualquiera se preguntaba quién podía tener la arrogancia de desalojar a esas personas llegado el momento.

Otra vecina de la zona, Isabel, de 83 años también mojada y cansada, anunciaba tras depositar su sufragio que sus canas habrían resistido las horas que hicieran falta. “Estoy viendo un días precioso y un sol radiante -en pleno diluvio- y creo que al final todo acabará bien”. Casi a mediodía algunos abuelos se sentaban en las escalinatas interiores como adolescentes, con la sensación de haber hecho “algo grande”, aunque fuera en su tiempo de descuento, como decía un nonagenario. Tras los chaparrones, al salir les llovían aplausos.