Dijo Pedro Sánchez en su discurso de investidura que trabaja mejor bajo presión, que le gustan los retos, que disfruta del vértigo. Hoy la montaña rusa a la que subió la política española en el 2015 dará su última vuelta de infarto y, salvo accidentes en una votación ajustadísima, desembocará en un Gobierno que abre la puerta a un nuevo ciclo, atravesado por el desafío de dar salida al conflicto catalán y materializar una agenda social.

PSOE y Podemos han asumido que la coalición no puede fallar. Es la primera de ámbito estatal, constituye un símbolo, y han decidido blindarla para que dure lo máximo posible, con dos candados. El primero es atar lo antes posible los apoyos para los Presupuestos. Confían en aprobarlos en primavera con los mismos apoyos de la reelección. El segundo es un compromiso de colaboración estrecha que soterre cualquier tensión entre ambos partidos para evitar que la oposición aproveche desencuentros que envenenen la coalición.

La derecha radicalizada aporta pros y contras al tándem Pedro Sánchez-Pablo Iglesias. En el lado positivo, el Gobierno logra tener un sello propio, una identidad de izquierdas definida por contraposición a sus adversarios. Una suerte de progresismo o barbarie, y que los ciudadanos decidan en qué lado del tablero se sitúan. Saben que el talón de Aquiles al que apuntarán PP, Vox y Cs será el pacto con independentistas, amén del respeto que sigue dando a socialistas y morados el gen loco de ERC.

En la parte negativa, que Pablo Casado haya abandonado la moderación para asumir las tesis de Santiago Abascal en la «coalición del apocalipsis» dificultará al nuevo Ejecutivo la consecución de los proyectos más ambiciosos, puesto que las grandes reformas pendientes requieren de una mayoría en el Congreso harto más amplia que la de la investidura. Sentar al PP a negociar en este clima de polarización va a ser terriblemente complicado y va a depender en buena medida de si el líder conservador se encierra en una posición ultramontana o decide hacer otro viaje a la moderación para reivindicarse como hombre de Estado.

Esa era la esperanza que durante meses se albergó en la Moncloa, el entendimiento entre Sánchez y Casado, no para gobernar juntos, sino para lograr una abstención del PP en la investidura y después pactar grandes asuntos pendientes. El planteamiento se fue al traste el 10-N cuando Sánchez no superó el resultado de las generales de abril y Casado descubrió que Vox le devoraba por la derecha.

DORMIR EN MADRID / Hoy cada voto es imprescindible. Los socialistas han hecho noche en Madrid para que nadie pierda un vuelo que impida estar en el Congreso a las 12.45 horas. Asistirá también la diputada de los comuns, Aina Vidal, que ha explicado que se ausentó de la votación el domingo porque padece cáncer. Las amenazas que han recibido algunos dirigentes para que dejen de apoyar la investidura han disparado los nervios. En este contexto, el diputado Jon Iñarritu (Bildu) propuso ayer un plan antitransfugismo que evite un «sabotaje» de la derecha.

Sánchez e Iglesias mantienen la respiración , pero son optimistas. Creen que lo peor ha pasado, tienen preparada la formación del Gobierno -habrá sorpresas- para reunir al primer Consejo de Ministros el viernes, y miran ya a los Presupuestos. No por impaciencia, sino porque son la verdadera clave para que la legislatura dure por lo menos dos años. Confían en que los grupos que apoyan la investidura repitan ese respaldo. Con varios de estos partidos han hablado ya de las cuentas públicas y diversos dirigentes expresaron en el debate del fin de semana su disposición a llegar a acuerdos, aunque fuentes gubernamentales aseguran que no hay nada cerrado.

El PNV e incluso Ana Oramas, que votará no a pesar de que Coalición Canaria decidió abstenerse, mostró a Sánchez su voluntad de llegar a un entendimiento para los Presupuestos. ERC asegura que no los ha negociado en el pacto con el PSOE, pero se hace difícil pensar que los republicanos vayan ahora a torpedearlos -como sí hicieron en febrero del 2019- después de haber llegado al costoso acuerdo de investidura con Sánchez. La voluntad de que la legislatura dure es clara en las filas del partido independentista, puesto que han acordado constituir una comisión parlamentaria con los socialistas para trabajar en las políticas más sociales del Gobierno: derogación de la ley mordaza, derogación parcial de la reforma laboral del PP, y ley de eutanasia, entre otras.

En realidad, las grandes reformas pendientes se han ido acumulando en los cinco años de contingencia que ha vivido la política española, y con una mayoría tan ajustada, el Gobierno sufrirá para aprobarlas. En algunas necesitará al PP. En otras, de carácter económico y fiscal, el componente ideológico impedirá repetir la suma de la investidura: donde ERC, Bildu, Compromís o Más País pueden estar de acuerdo, el PNV no.

Surfear en el Parlamento más fragmentado de la historia va a ser otra aventura para Sánchez e Iglesias, que han sellado su idilio tras cinco años de enfrentamiento por la hegemonía de la izquierda en los que han dejado espacio para el surgimiento de una ultraderecha que ha dinamitado en tiempo récord consensos conquistados y ha situado la batalla cultural en una regresión a posiciones ideológicas previas al 15-M.